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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Mi primo chorizo

Salgo en defensa del honor de mi familia. Este Aldama nada tiene que ver con nosotros. Ser socio y amigo de Koldo es motivo suficiente para airear nuestra indignación

Actualizada 08:54

Nada puede interpretarse como presunción, porque desde los tiempos de mi bisabuela, lo hemos perdido todo. Y todo era muchísimo. Menos mal que, al cabo de los años, sus biznietos hemos descubierto que tenemos un primo multimillonario y emprendedor.

Mi bisabuela paterna, María Cubas y Erice, se casó con mi bisabuelo Francisco de Ussía y Aldama, marqués de Aldama. Y tuvieron cuatro hijos. Francisco, marqués de Aldama, José Luis, conde de los Gaitanes –mi abuelo, y posteriormente mi padre, mi hermano Pedro y en la actualidad mi sobrina Macarena de Ussía y Bertrand–, Ramón –doctor en Medicina y mi padrino– y Consuelo, casada con Jaime Milans del Bosch y del Pino, militar, Teniente General y padre de Jaime Milans del Bosch Ussía, militar y Teniente General, asimismo. María Cubas Erice, fallecido su marido, pasó a ser la marquesa viuda de Aldama, propietaria de La Moraleja, creadora de empresas –La Minero Siderúrgica de Ponferrada y la Sociedad Financiera y Minera–. Vivía en su piso –el que hoy ocupan la Infanta Doña Margarita de Borbón y su marido el doctor Carlos Zurita, duques de Soria, en la calle Jorge Juan de Madrid– durante los meses de invierno, en primavera en La Moraleja, y en verano lo dividía entre San Sebastián y su casa de Málaga, «San Joaquín». En San Sebastián en «Aldama Enea», una villa espectacular que se vendió a los pocos años por su escaso uso.

En la familia era «la abuela María», y era una mujer inteligente y desconcertante. Tuvo durante veinte años un capellán, don Raúl, que bautizó y preparó para la Primera Comunión a sus nietos, entre ellos el mayor de todos, mi padre, y oficiaba diariamente la Santa Misa. En la Moraleja, además de su capellán, gustaba invitar a un obispo, y por el palacio de La Moraleja –ubicado en la zona que hoy ocupa el chalé del golf– pasó prácticamente toda la Conferencia Episcopal. Un obispo, paseando junto a ella por el llamado paseo de los Lilos, le preguntó: «Doña María, ¿usted está segura de que don Raul es sacerdote?». La Abuela María se sintió ofendida. «Señor obispo, don Raúl lleva más de veinte años en casa, ha bautizado y ha dado la Primera Comunión a todos mis nietos, cumple estrictamente con su obligación de oficiar la Santa Misa, habla divinamente, y dudar de su condición sacramental se me antoja una grave desconsideración. Don Raúl es un santo». Pero don Raúl, que había tenido previamente una charla no del todo convincente con el obispo, huyó de La Moraleja aquella misma noche, oliéndose la tostada, y llevándose de recuerdo toda suerte de cálices y custodias de oro y plata. Cuando le recomendaron que lo denunciara a la Guardia Civil, se opuso tajantemente. «Sacerdote o no, ha cumplido durante veinte años con su deber, y me niego a verlo en la cárcel. No me importa lo que se ha llevado de casa. Lo único que me preocupa, es que vosotros, mis queridos nietos, por haber recibido los sacramentos de manos de un impostor, podríais terminar en el limbo». Y organizó una segunda Primera Comunión para sus nietos, entre los que destacaban mi padre y mis tíos Francisco de Ussía y Jaime Milans del Bosch, bastante creciditos, ya superada por los tres la mayoría de edad, que se alcanzaba a los veintiún años. Mujer peculiar y con un gran sentido común.

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Y ahora nos enteramos que tenemos un primo que nos ha salido sinvergüenza. Nadie en la familia sabía de su existencia y menos aún de qué rama de los Aldama proviene. Pero sí que principió su fortuna haciéndose pasar por descendiente, en condición de nieto preferido, de los marqueses de Aldama. Mi «primo», por lo tanto, se llama Víctor Gonzalo de Aldama, nació en 1978 en Madrid y ganó millonadas abriendo puertas y negocios con desparpajo y simpatía. Es el propietario del club de fútbol Zamora, estuvo a un paso de comprar al Córdoba Club de Fútbol, engatusó con sus raíces aristocráticas a inocentes millonarios sudamericanos, y fue fundamental para engañar –o compartir las ganancias– de las mascarillas inservibles que compraron por nada y vendieron por muchísimo a los dirigentes socialistas durante la pandemia. Gran amigo de Koldo y de Ábalos, también actuó como presentador de Javier Hidalgo a la esposa del Gobierno, Begoña Gómez, para una pequeña cuestión de trámite empresarial. Conseguir, en pocos días, una ayuda del Gobierno presidido por el marido de la señora Gómez de –más o menos– 600 millones de euros. Una minucia.

Para colmo, es un amante de los Ferrari y los Masseratti, cuando en mi familia, en tiempos de la abuela, éramos más de los Hispano-Suiza y los Daimler. Un Ferrari es una horterada.

Y claro, los nietos de la marquesa viuda de Aldama nos sentimos atenazados por el ridículo y nuestra incapacidad para emular la gesta de nuestro falso pariente, que ha resultado ser el más inteligente de todos, si bien, su futuro penal nos alivia la frustración. Pero que un Aldama, que presume de ser nieto de la Abuela María, sea simultáneamente amigo y colega de fechorías de Koldo, nos ha humillado hasta el talón de Aquiles.

Salgo en defensa del honor de mi familia. Este Aldama nada tiene que ver con nosotros. Ser socio y amigo de Koldo es motivo suficiente para airear nuestra indignación. También es cierto que es el único «pariente» de la marquesa de Aldama que ha ganado dinero en varias generaciones. Algo bueno tiene este farsante y embaucador. Pero si en verdad se apellida Aldama, no es de nuestros Aldama. Es de una rama de Aldama bastante mal.

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