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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Educación racial

Los mismos energúmenos que lanzan plátanos o emiten, con sorprendente fidelidad, por cierto, sonidos simiescos, adoran a los buenos jugadores negros de su propio equipo

Actualizada 01:30

El abuso de los términos conduce a su devaluación e inanidad. Si cualquier cosa es racismo, machismo o fascismo, nada lo es. El racismo es una grave patología intelectual y moral que entraña una maldad radical. Quizá no cabe más brutal negación de la dignidad de la persona humana. Por ello no es conveniente expresar con la misma palabra los asesinatos raciales del nazismo y las leyes segregacionistas en Estados Unidos o Sudáfrica, y las estúpidas burlas raciales a un jugador negro de fútbol. Por respeto a la verdad y a las víctimas. Ni siquiera cabe hablar, en estos casos, de un racismo posmoderno o débil. El racismo se fundamenta, entre otras cosas, en un sentimiento de inferioridad. Nace del odio resentido a lo superior o de la necesidad de autoafirmación frente al que se trata como inferior. No hay una sola etiología. Si uno considera inferior a la mitad de la humanidad o a una gran parte de ella, automáticamente se sitúa ficticiamente en un nivel medio o alto. Pero a cambio de la estupidez y de la indigencia moral.

Es frecuente que las buenas causas se sirvan mediante pésimos medios. Las acciones y las ideas tienen consecuencias, pero muchas veces no son las que desean o esperan quienes las emprenden o defienden. Excesos en la condena o en la exhibición pública de las conductas nocivas suelen provocar su aumento o generalización. Nunca hubo como ahora tanta difusión del feminismo acompañado de un incremento semejante de las agresiones sexuales contra las mujeres. Jamás se condenó tanto el racismo en el deporte como ahora y el resultado está a la vista. El feminismo extraviado genera machismo. El racismo delirante produce, al menos, el aumento de la mala educación racial. La proliferación de la legislación sobre los «delitos de odio» genera odio. El antifascismo es un excelente instrumento para propagar el fascismo. No hay que dar demasiada presencia en los medios a lo depravado e ínfimo. No lo merece. A menos que se pretenda darle publicidad gratuita e involuntaria y promover un nefasto contagio.

Un notable libro sobre la historia de la música termina con una breve nota sobre el jazz. Comienza así: «Seguramente, a algunos lectores les habrá sorprendido no encontrar en este libro un capítulo sobre el jazz. No es ni mucho menos que desconozcamos esa gran contribución de los negros americanos a nuestro siglo». Y prosigue con un elogio del jazz, del verdadero, y su relevancia para la música reciente. Pero añade: «el jazz es desde luego una música legítima, pero irreductible a la 'otra' música, con sus reglas y su evolución propias». Sé que estas palabras pueden irritar a muchos, pero existe el derecho a decirlas y no constituyen racismo. Estimar que la cima de la música universal se encuentra en unas pocas décadas, protagonizadas por compositores austriacos y alemanes, es un juicio estético muy probablemente verdadero, y no un ejercicio de racismo o nacionalismo. La repulsa absoluta del racismo no puede obligar a la asunción de la «cultura de la queja», la corrección política y la «discriminación positiva».

Por lo que se refiere al deporte en general y al fútbol en particular, no creo que exista propiamente racismo, ni siquiera bajo esa forma estúpida de racismo líquido. Lo que hay es un imperio minoritario de la peor educación y el intento de desestabilizar emocionalmente a los jugadores rivales. Entre otros motivos, porque los mismos energúmenos que lanzan plátanos o emiten, con sorprendente fidelidad, por cierto, sonidos simiescos, adoran a los buenos jugadores negros de su propio equipo. Por cierto, los blancos tampoco dejan de padecer burlas y menosprecios. Se trata de una apoteosis de la mala educación y no de un alarmante auge del racismo. Y la mala educación se combate con la buena y con un diagnóstico acertado.

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