El Pequeño Nicolás Maduro
Sánchez pretende convertir la oscuridad que rodea a su esposa en una coartada para reprimir a la disidencia, como en Venezuela
Algún incauto pensaba que Sánchez, vencido por el síndrome de los amantes de Teruel, iba a renunciar al poder logrado y mantenido a cualquier precio, que es tanto como ver a un caníbal apostando por la dieta vegetariana o a un socialista diciendo una verdad.
Solo a ellos puede sorprenderles que el mismo tipo que asaltó la Presidencia con una moción de censura espuria, la retuvo con cambalaches obscenos con Podemos o Bildu y la ha renovado rindiendo a su país ante ETA y Puigdemont haya optado por quedarse y endurecer aún más los objetivos de su insoportable deriva autoritaria.
No solo ha ignorado la más elemental rendición de cuentas por las actividades profesionales de su esposa, inaceptables en todo aquello que esté vinculado a su marido de una manera u otra, sino que además pretende convertir su escándalo personal en una coartada para acabar con la independencia de los jueces y de los periodistas. Tenia que dar explicaciones, pero se limitó a proferir una amenaza cutre y cursi a la vez.
Solo su formidable chulería supera o iguala la falta de escrúpulos que supone permitirse ir de Caperucita Roja siendo el Lobo Feroz para, además de negarse a intentar justificar a duras penas lo de su señora, quererlo utilizar para terminar el delirante muro antifascista levantado poco a poco desde 2018.
Es decir, anular la separación de poderes, perseguir a los escasos medios de comunicación decentes y concentrar todo el poder en uno mismo con la excusa de que, gracias a esa valiente intervención, se está salvando la democracia de las fuerzas de la involución.
Sánchez no sólo busca impunidad, que también, además pretende proscribir la alternancia política, la crítica periodística, el freno institucional y la respuesta legal; presentando todo ello como una conspiración concertada contra la democracia que él, heroicamente, va a tener que reprimir.
Si su desaparición durante cinco días para estimular una bochornosa ceremonia de culto al líder dolido le equipara con el dictadorzuelo Somoza, homenajeado con manifestaciones idénticas a las de Ferraz poco antes de salir por la gatera de Nicaragua, su proyecto liberticida esbozado al terminar su reclusión le mimetiza con Chávez, gracias a los consejos de Zapatero y todas las animadoras del Grupo de Puebla.
Todo ello envuelto, eso sí, en una desternillante puesta en escena propia de un capítulo de «Aquí no hay quien viva» con un éxito de público residual: como en los 1 de mayo sindicales, a las romerías sanchistas no van ya siquiera ni todos los liberados.
Pero que el Pequeño Nicolás Maduro tenga muy difícil hacerle creer a casi nadie, salvo los que viven de su Matrix, que los jueces autónomos son «lawfare», los periodistas críticos meros fabricantes de bulos y los votantes ajenos un peligroso rebaño fascista; que sus planes sean elevar a categoría legal su locura tiránica obliga a activar la alerta al máximo posible.
Sánchez quiere convertir a España en la Venezuela europea, un régimen caribeño y estalinista donde toda disidencia sea delictiva. Y aunque ni jueces ni periodistas ni políticos ni ciudadanos contrarios a esa deriva vayamos a dejar de hacer nuestro trabajo, una vez con lágrimas de preocupación y otras de risa, nada sería más erróneo que tomarse a chufla a un aspirante a dictador que no intenta ya ni disimularlo.