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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Boxeador grogui, pero todavía peligroso

Aunque conserva sus trazas de gran fajador, en realidad deambula por el cuadrilátero lanzando golpes desesperados al vacío

Actualizada 15:57

Hace tiempo que el boxeo no detiene el pulso de España. Ya no hay grandes campeones universalmente conocidos, ni aquellas veladas épicas que congregaban a todo un país frente a la tele en blanco y negro.

No era así en nuestra infancia. Recuerdo sobre todo el triple enfrentamiento de Pedro Carrasco y Mando Ramos, que entre noviembre de 1971 y junio de 1972 se mazaron como pulpos en tres combates salvajes por el título mundial de los ligeros. El primero concluyó con triunfo del futuro marido de Rocío Jurado por descalificación del rival. Los dos siguientes, con victoria a los puntos del mexicano nacionalizado estadounidense.

Por entonces no había aparecido todavía la censura de la corrección política. Así que, aunque yo era un neniño de siete años, mi padre me sumó a su entusiasmo y trasnochamos para seguir el hilo de uno de aquellos inmisericordes intercambios de sopapos, celebrado en Los Ángeles.

Hoy se da una curiosa paradoja: la altísima competición pugilística ya no está de moda entre el gran público, pero sí los gimnasios de boxeo a donde acude gente común a entrenar. En una de las calles rumbo al periódico se ubica uno de ellos, con amplios ventanales trasparentes. Cuando paso por delante veo a la clientela zurrándose y me asombra tanta afición a repartir y recibir.

He trabajado con personas que llegaban a la oficina con un careto significativamente colorado después de que les boxeasen un poco en él. En mi condición de bajito nunca he sido de peleas, so pena de derrota instantánea, tal vez por ello ese rollete me parecía un tanto masoca y tardo adolescente. Pero los interfectos se mostraban ciertamente encantados: «El boxeo me da la vida –explicaban–, en el ring desahogo los nervios». En fin, hay aficiones para todos los gustos. Ahí está el curling, o la heroica ingesta del kale hervido, tortura al parecer muy saludable.

Existen memorables películas de boxeo. Queda fino citar «Toro salvaje», o «Más dura será la caída». Pero si me sincero, la que más me gusta es el primer «Rocky», qué le vamos a hacer, porque la vi en el desaparecido cine Riazor con mis amiguetes y salimos fascinados. También hay buena literatura al respecto, como el gran reportaje de Norman Mailer titulado La Pelea, que recoge el legendario –esta vez sí– combate que enfrentó en 1974 en Kinsasa, en el Zaire, al gran charlatán y fino estilista Ali, antes Cassius Clay, de 32 años, con el durísimo pegador George Foreman, de 24. La denominaron La pelea en la jungla y se celebró a las cuatro de la madrugada –para entrar en el horario estelar estadounidense–, bajo un calor atroz y la mirada del sátrapa Mobutu.

Foreman era más joven, más musculoso y estaba más en forma que Alí. Pero el veterano zorro recurrió a un astuto y arriesgadísimo planteamiento. En los siete primeros asaltos se refugió en las cuerdas, con su guardia arriba, mientras soportaba una lluvia de mandobles del bombardero Foreman, que se desgastó con tanta furia estéril. En el octavo asalto, con su rival ya fatigado, Alí desplegó sus puños en una inesperada ofensiva y lo mandó a la lona. Contra todo pronóstico volvía a coronarse rey del mundo.

La liza de ayer en el Congreso también puede dar lugar a engaños. En apariencia, el boxeador más joven y brioso, que todavía conserva su mito de gran fajador, repartía sopapos por doquier con una energía apabullante. Pero analizando bien el combate su ofensiva resulta artificiosa. En realidad estábamos ante puñetazos al vacío de un púgil medio grogui, con su mujer convertida símbolo de corrupción, con la roña del partido a cuestas, con un Gobierno maniatado en el Parlamento, pues su coalición antiespañola y su socio Sumar ya votan contra él, sin presupuestos, con Puchi amenazando en lontananza…

El boxeador es bronco y tesonero. Pero está al borde del K.O. (siempre que la oposición no se despiste y no le dé la oportunidad de sacar una mano inesperada en el último asalto, como hizo el 23-J). Aún así, sigue teniendo mucho peligro, por supuesto, porque parte con una gran ventaja: carece de principios. Más que un boxeador ortodoxo que respeta las nobles reglas del marqués de Queensberry, evoca las mañas de un pandillero de faca, nudillos de hierro y nunchakos. Estamos ante un personaje capaz de comportarse ya en público como un autócrata bananero, que desde el banco azul ordena a su fámula, la presidenta del Congreso, que le vaya cortándole el micro al jefe de la oposición.

Citábamos arriba a Alí y a Mobutu. Nuestro púgil tal vez empieza a parecerse más al segundo que al primero, pues de lo contrario hace tiempo que habría tirado la toalla ante el creciente e innegable escándalo de su mujer, que constituye su auténtico talón de Aquiles (y la oposición debería actuar en consecuencia, sin distraerse con los señuelos de Milei y Palestina). Begoña, ese es el golpe inesperado y definitivo que puede hacerle besar la lona.

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