Amigos de los sátrapas y prestos a insultar a Milei
Esta absurda crisis con Argentina, iniciada por nuestra izquierda, es el fruto de una pésima diplomacia preñada de odios dogmáticos
Tenemos un presidente del Gobierno que se pliega con máxima zalamería a las exigencias del Rey de Marruecos, máximo mandatario de un sistema que dista mucho de ser una democracia (observadores más duros que yo hablarían incluso de una satrapía, con una monarquía que se lucra de manera extractiva de su propio pueblo). Tenemos un expresidente del Gobierno, Zapatero, hoy mascarón de proa en el PSOE sanchista, que opera como manifiesto blanqueador de la narcodictadura de Maduro. Tenemos un presidente del Gobierno que con un oportunismo torpe y nocivo está haciendo el caldo gordo a Hamás con sus invectivas contra Israel y que se fotografía encantado de la vida con dirigentes palestinos que chapotean en la corrupción y postulan modos de vida antagónicos al nuestro. Tenemos un Gobierno que por supuesto no plantea mayor objeción a las monarquías absolutistas árabes, o a la dictadura del Partido Comunista Chino.
Pero ese mismo presidente y ese mismo PSOE han decidido ponerse estupendos con el mandatario liberal Javier Milei, al que comenzaron a insultar con los epítetos más displicentes nada más asomar cabeza como candidato.
Tenemos un presidente del Gobierno que no informó al jefe de Estado, ni a la oposición, ni al Parlamento y ni a sus propios socios de su trascendental giro en el Sahara… Pero que ahora les pide auxilio de manera teatral en una tarde de domingo porque en una frase de un mitin en Madrid, donde hablaba a título particular, el mandatario argentino tachó de «corrupta» sin citarla por su nombre a Begoña Gómez (lo cual no deja de reflejar el retrato que hace de ella estos días la prensa internacional más prestigiosa).
La inquina contra Milei llegó a su extremo cuando el mamporrero de guardia del sanchismo, Óscar Puente, acusó al presidente argentino de consumir drogas, abriendo así una absurda crisis diplomática, que cerró el propio presidente argentino, con más mesura que sus pares españoles. Ante la visita de Milei a España para participar en la convención de Vox, el Gobierno y el PSOE sacaron de nuevo la artillería pesada. Sánchez y sus vicepresidentas Ribera y Díaz dedicaron el sábado duras invectivas a Milei en sus mítines, a la misma hora en que los empresarios demostraban que se puede ser más inteligente y más práctico y mantenían una cordial y productiva reunión con él en la Embajada Argentina en Madrid.
Personalmente no me parece adecuado que un mandatario extranjero de visita aborde nuestros temas domésticos para llamar «corrupta» a la mujer del presidente español. Creo que no son los modos que precisa la alta política. Pero esta guerra diplomática la abrieron Sánchez, su Gobierno y sus medios afines, que simplemente no soportan a todo aquel que se atreve a confrontar los dogmas del mal llamado «progresismo». Mientras el pueblo argentino se sumía en la miseria, la hiperinflación, la corrupción y la inseguridad del peronismo, Sánchez y sus palmeros no tenían la más mínima objeción. Pero cuando llega Milei y se propone atajar los males endémicos de la enfermedad izquierdista de Argentina con un tratamiento de choque, entonces -ay- empiezan los lamentos y los insultos al peligrosísimo reaccionario. Sumir a tu pueblo en la miseria y la violencia está muy bien, es «progresista». Intentar arreglarlo con consolidación fiscal, seguridad jurídica y recetas liberales es «fascismo». Esa es nuestra izquierda.
Arrastramos una diplomacia pésima y amateur, con un ministro de exteriores insufrible en su ridícula petulancia y un presidente que se pasea en el Falcon pensando que está cambiando el signo del orbe. Lo cierto es que han sumido a España en la irrelevancia internacional, han roto con un país tan querido y unido a España como Argentina y nos pasean por el mundo como los abanderados de Hamás, tal y como acaba de señalar un ministro israelí.
Así que menos teatro de dignidad ofendida en busca de réditos electoralistas y más limpiar la cocina en casa para que nadie pueda señalar como corrupta a una señora que, por lo demás, a estas horas está enfangada en tribunales por un claro caso de tráfico de influencias. Al margen de lo que decida el juez sobre ella, lo que ya se sabe es inadmisible políticamente y en una democracia más limpia que la nuestra habría provocado la dimisión de su marido. Pero en vez de encarar ese baldón es más fácil montar un circo con Milei a modo de inmensa cortina de humo, con el siempre nervioso Borrell en plan Primo de Zumosol echando una manita desde Bruselas.