Almeida y el Orgullo
Aquí los únicos que insultan a los gays son gente como Dolores Delgado que, delante de unas copas, se mofó sin piedad de la condición sexual de Marlaska, como demostraron las grabaciones de Villarejo
Es escuchar a Reyes Navajita Plateá Maroto y a Tamara Falcó, digo a Rita Maestre, quejarse del cartel con el que el Ayuntamiento de la capital de España ha decorado la ciudad para conmemorar el Orgullo LGTBI y uno entiende perfectamente por qué la izquierda lleva casi treinta años sin pegar un sello en Madrid. Mientras hay un cuarto de madrileños que viven solos –la mayoría ancianos–y las familias tienen que dedicar más del 30 % de sus ingresos a pagar la vivienda, la izquierda caviar madrileña, pija y más desnortada que un pulpo en un garaje, no propone una sola medida que palíe esas desigualdades sociales. Eso sí, sale en tromba para aprovechar cualquier Pisuerga ideológico y denunciar así la «pulsión homófoba» del PP. Dicen las chicas de la alerta antifascista, reforzadas por Superyol que comparte pedrada con ellas, que Almeida es una especie de cabeza rapada que cuando cae el sol se dedica a empalizar gays. Todo porque el Ayuntamiento, en el uso de sus competencias, ha encargado un cartel para festejar el orgullo gay que –oh, escándalo– incluye imágenes de tacones, copas de cóctel y preservativos, es decir, símbolos con los que ese colectivo nos ha atizado como ejemplo de libertad sexual y diversidad desde el principio de los tiempos tontolaba que vivimos. Cartel que ha sido consensuado con los comerciantes de Chueca, bastante más sensatos que el comando zurdo.
El gran pecado del «facha Almeida» es que no ha pintado la bandera arcoíris en el cartel. Para que nos enteremos: o engalanas las fachadas de los edificios oficiales con esa banda multicolor o te mandan a la brigada de Marlaska para acusarte de delitos de odio. En este movimiento pendular patrocinado por los sacerdotes de la moral hemos pasado de situaciones lejanas en el tiempo en las que se perseguía a los homosexuales, algo inaceptable, a imponer un marco mental según el cual ser gay, lesbiana, transexual, de género fluido o no binario te otorga un plus de superioridad en derechos por encima del resto de mortales. Ya sé que decir todo esto es políticamente incorrecto, pero a veces la verdad es lo más revolucionario que tenemos a mano.
No diré aquello de que conozco y quiero a unos cuantos homosexuales porque suena a manida excusa, pero es una verdad categórica. Respeto absoluto cualquier tendencia sexual. Faltaría más. Yo suelo mirar al corazón de la gente, y a su cabeza traspasando el rouge, el rímel e incluso el iris de los ojos, no fabulando sobre lo que hacen en la alcoba. Pero es inadmisible que los mismos que se reclaman defensores de la libertad y la diversidad, se pasen el día entero lapidando o cancelando, como se dice ahora, a aquel que no arropa su vida con la bandera de Gilbert Baker o no se tatúa las siglas LGTBIQ+ y no sé cuántas letras y símbolos más que, si seguimos así, van a acabar con el rico abecedario español.
De entre todos mis familiares y amigos homosexuales no conozco a ninguno que le guste que le coloquen una etiqueta y conviertan en una especie protegible por decreto, como si fueran el lince ibérico (hoy ya renacido). Luchan por que desaparezca cualquier atisbo de discriminación, como la que han sufrido durante años, con la complicidad de la mayoría de la gente a la que también ofende el sufrimiento que padeció este colectivo, pasto de burlas, mofas y faltas de respeto.
Ni siquiera voy a plantear por qué hemos de dedicar semanas festivas en las ciudades al orgullo gay ni por qué sus reivindicaciones, ya superadas por el tiempo, tienen que imponerse en el debate público, a falta de mejores ideas con las que la izquierda gane votos en las urnas. Una cosa es respetar el derecho de estos colectivos y otra muy distinta sacar de quicio este reclamo ideológico. Que la irrelevancia con laca llamada Yolanda les defienda es lo peor que les puede pasar. Aquí los únicos que insultan a los gays son gente como Dolores Delgado que, delante de unas copas, se mofó sin piedad de la condición sexual de Marlaska, como demostraron las grabaciones de Villarejo. Respetar a alguien es tenerle consideración, no utilizarlo con fines espurios. Y sí, el cartel es un rollo, pero mejor que la monserga de la izquierda.