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El astrolabioBieito Rubido

La carrera de un jurista

En el caso de Conde-Pumpido, su final de carrera no puede ser más lamentable. Se decía de él, o al menos de eso presumía, que era un buen jurista. Lo sería en el pasado. Las decisiones que ha tomado a favor de quienes delinquieron a sabiendas con el dinero de los parados, no le va a servir de timbre de honor

Actualizada 04:45

Entre las muchas consecuencias negativas del sanchismo se encuentra el desprestigio galopante de las instituciones que deberían velar por el interés general y que en sus manos se han convertido en vulgares herramientas partidistas. Tal vez el mayor destrozo en esa dirección sea el registrado en el Tribunal Constitucional. En primer lugar, por la falta de idoneidad de algunos de los magistrados contaminados por su procedencia, los casos de Juan Carlos Campo y Laura Díez Bueso. En segundo lugar, por sus anémicas carreras en el campo jurídico y, por tanto, unas trayectorias que no han contraído los méritos suficientes para estar ahí.

El desprestigio del Tribunal Constitucional actual obedece fundamentalmente a eso, a que se está imponiendo un grupo de magistrados situados en la izquierda –mal llamados progresistas— en cuestiones abiertamente contrarias al sentido común, al propio Derecho y a la mayoría del corpus profesional de la Judicatura. El atentado que han perpetrado en el caso de los ERE de Andalucía, el mayor escándalo de corrupción y latrocinio de la democracia, solo comparable al de la familia Pujol, viene a demostrar bien a las claras cómo la institución ha degenerado como nunca hasta ahora. Se suele decir que las personas pasan y las instituciones quedan, pero las personas son las que prestigian o mancillan a las propias instituciones con sus comportamientos y decisiones.

En el caso de Conde-Pumpido, el desprestigio es para él. Su final de carrera no puede ser más lamentable. Se decía de él, o al menos de eso presumía, que era un buen jurista. Lo sería en el pasado. Las decisiones que ha tomado a favor de quienes delinquieron a sabiendas con el dinero de los parados, no le va a servir de timbre de honor. Es como el cirujano que al final de su carrera se le mueren los pacientes en el quirófano o el cocinero que ya no tiene la chispa en los fogones en sus últimos días. Cándido, el dirigente del bando izquierdoso del Constitucional –no vuelvan a llamarles jamás progresistas— cerrará su carrera con un borrón en su expediente que la historia de la Justicia española se encargará de recordar. Tanto ambicionar para acabar haciendo este papelón. Menudo desprestigio, jurista.

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