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27 de agosto de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Carvajal

La mejor jugada del lateral llegó al medirse con el presidente de las trampas y el juego sucio

Actualizada 01:30

El bravo jugador ha ido anulando uno a uno a todos los delanteros que se le han puesto por delante, con el Real Madrid y con España, en la Liga, la Champions y la Eurocopa, desde la estricta aplicación del lema olímpico: más alto, más lejos, más fuerte.

Y lo ha hecho también, ya en el epílogo de la temporada, con el más peligroso de todos los rivales, con un gesto capaz de superar todas las Moviolas y todos los VAR del Régimen, siempre dispuestos a ver falta donde hay corte limpio de balón o a perdonar el fuera de juego si el gol beneficia al propio.

El frío saludo a Sánchez en La Moncloa, con el segundo y medio de estricta cortesía que demuestra la aceptación de las reglas pero también el rechazo a quien se beneficia de ellas o las pisotea a su antojo, es la penúltima jugada del lateral derecho y la más querida por la grada.

No es preciso faltarle el respeto a nadie, de palabra o de obra, ni provocar un incidente institucional, con un plantón o una sobreactuación, para demostrar con ese revolucionario gesto lo que a Carvajal, y al menos a media España, le parece el presidente menos deportivo de la historia, al que no miró a los ojos ni concedió un milímetro más allá del estrictamente protocolario.

Porque si España ganó por su juego limpio, su deportividad y su unidad; nadie representa peor esos valores que el presidente que la gobierna gracias a todas las trampas, todos los atajos, todos los trucos y todas las zancadillas existentes en el catálogo de los malos perdedores: ha puesto en el VAR de la Constitución a un amigo, en el Comité de Árbitros a otro y en la Federación a uno más, que responden por Pumpido, García Ortiz y Armengol respectivamente, para que todas sus jugadas sean falsamente legales y todos los goles en contra anulados.

Y ha deformado, con todos ellos, las normas vigentes para el resto, de modo que rematar con la mano, alargar sine die el partido, romper la pierna al rival, convertir la derrota en victoria o sancionar a los árbitros independientes se validen siempre sobre la marcha para reflejar en el marcador el resultado deseado por un tramposo sin precedentes, que amaña los partidos en ese ciclo de apuestas y negocios clandestinos que mantiene con los ultras de la grada, con acento todos de Waterloo, Caracas o Elgóibar.

A Carvajal, viendo cómo se las gasta nuestro Kim Jong-un con jueces y periodistas desafectos, le caerá ahora una inspección de Hacienda como poco, pero ha dejado para la posteridad una imagen icónica de cómo tratar a un timador con ínfulas, sin romper ni un plato.

Hacerlo el mismo día en que se confirmó la imputación del fiscal general del Estado por revelación de secretos para dañar a Ayuso, un comportamiento más propio de un sicario que de un jurista; o trascendió la utilización de La Moncloa como oficina privada de Begoña Gómez con la participación y complicidad de su marido; convierte a Carvajal en una leyenda.

En el momento preciso, con toda la afición mirando y un intento descarado de convertir la Selección en otro CIS de Sánchez, el lateral se arremangó, corrió más rápido, le quitó limpiamente la pelota y le dijo, sin una palabra de más ni un gesto de menos, eso de «por aquí no pasas». No hay fisioterapeutas suficientes en España para arreglar ahora tantas manos luxadas por los aplausos.

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