La salve de la Reina
La Salve de San Sebastián es, por lo tanto, la obra de arte musical que nace del impulso de una Reina de España, de un compositor italiano, y de la sublime interpretación del Orfeón Donostiarra
El 14 de agosto será siempre para mí, un día especial. Víspera del Día Grande, el Día Guapo, el de la Virgen María. El Día de la Virgen en San Sebastián, de Nuestra Señora en mi pequeño Ruiloba, de la Paloma en mi cuna de Madrid. Vuelvo a mi infancia y juventud. A las siete de la tarde, en Santa María del Coro, púlpito de la Parte Vieja de San Sebastián, el Orfeón Donostiarra canta La Salve, una prodigiosa creación musical de Licinio Réfice, compositor y organista en 1928 del Vaticano. Aquel año, la Reina María Cristina, la Reina enamorada de San Sebastián, impulsó y financió el nacimiento de la Salve, que sólo se podría interpretar por el Orfeón Donostiarra durante la víspera y el Día de la Virgen en la parroquia de Santa María del Coro. La Reina María Cristina, inmortalizada en su monumento en los jardines de Ondarreta, en su puente sobre el Urumea, en su hotel, el más prestigioso de San Sebastián, y en su Palacio Real de Miramar, no pudo oír su Salve. Falleció en 1929. El Orfeón la interpretó por vez primera el 14 de agosto de 1934, siendo el párroco de Santa María, don Agustín Embil. San Sebastián vivía bajo el régimen republicano, pero el PNV, de origen católico, ayudó a superar las dificultades del bando rojo vasco y se cantó la Salve. La Salve de la Reina, la Salve monárquica. De ahí, lo mucho que han intentado algunas formaciones en eliminar la tradición de interpretar su maravilla. En 1980, los etarras de la «Kale Borroka», lanzaron petardos y toda suerte de artefactos explosivos contra los muros de una abarrotada Iglesia de Santa María, y el Orfeón contrarrestó la salvajada elevando aún más el prodigio de sus voces.
La Salve de San Sebastián es, por lo tanto, la obra de arte musical que nace del impulso de una Reina de España, de un compositor italiano, y de la sublime interpretación del Orfeón Donostiarra, uno de los conjuntos corales más prestigiosos del mundo. Y hoy, cuando escribo, por la tarde, mi alma estará en San Sebastián, en la Virgen del Coro, asistiendo al canto de María, que siempre cierran, orfeón y pueblo al únisóno, con el «Agur Jesusen Ama», una bellísima salutación, vasca en su totalidad, a la Madre de Dios. Y también porque el 14 de agosto, y esto es una oración particular y sentimental, es la víspera del santo de mi madre, que era el día grande de mi casa, con mis nueve hermanos y el perfil de vasco antiguo de nuestro padre, siempre mirando a la mar desde las alturas de Ondarreta. –Se acerca la borrasca, patrón–. –No es nada, un poco de niebla –. Una niebla que dejaba caer treinta litros de agua por metro cuadrado.
En Ruiloba, la iglesia se llena y se oficia la Misa Grande de Nuestra Señora, con un coro más modesto, pero igualmente emocionante. Y la emoción llega cuando coro y pueblo, al ritmo marcado por Ramón, el organista, y Honorio, el director, entonan la habanera de La Estrella de los Mares.
«Que sólo quiero/ asido de tu manto/ volar al cielo./ Ruiloba te saluda/ como a su madre/y tu nombre repiten/ montes y valles». Y la imagen de la Virgen de los Remedios, madre de Ruiloba, llevada a hombros y bailada por los picayos. El abrazo de la tierra de los tolanos con los visitantes del veraneo.
Es el Día Grande del verano en toda España. Ya amarillean algunas hojas de los árboles que se desnudan. De golpe sopla una brisa que huele a otoño. A partir del 16 de agosto, lentamente, el verano, a pesar de lo mucho que le queda para dar relevo al tardío, empieza a despedirse. Y yo, perdón por el protagonismo, disfruto con los míos, y recuerdo a mis padres, que ya no ven como rompen las olas en la playa de Ondarreta, ni las embestidas de las mareas vivas luchando con las rocas de Urgull o la proa de Igueldo, hoy con el Peine de los Vientos de Chillida, mientras se pierden, hasta el siguiente verano, las voces poderosas que cantan la Salve donostiarra de una Reina de España. La Salve de San Sebastián.