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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Agotamiento

En Comillas se da mucho el «pelmazo cultural». Es, normalmente, de procedencia mediterránea cercana a los Pirineos. Conferencias, mesas redondas y tertulias. A este tipo de acosadores del descanso ya me los he quitado de encima

Actualizada 01:30

Seguro estoy de que existen miles de lugares en España en los que veranear no necesite otro mes de descanso para descansar del veraneo. En la zona donde vivo y disfruto de once meses de tranquilidad, el mes de agosto se ha convertido en una tortura. Todos los días hay fiestas, cenas, comidas, reuniones y demás inventos sociales en los que los veraneantes, cada año más numerosos, con la mejor de las intenciones, organizan en sus casas toda suerte de actos de sociedad para reunirse con quienes se ven y tratan todos los días.

En Comillas se da mucho el «pelmazo cultural». Es, normalmente, de procedencia mediterránea cercana a los Pirineos. Conferencias, mesas redondas y tertulias. A este tipo de acosadores del descanso ya me los he quitado de encima con mucho esfuerzo y paciencia. Les digo que «encantado, nos vemos sin falta, qué interesante» y no voy. También, con el brutal aumento del censo estival, proliferan y se desentienden de la tranquilidad los que invitan a cenar en sus casas a los que no han dejado de ver en todo el día, ora en la playa, ora en los clubes, ora en otras invitaciones. Un buen día soleado y con calor es siempre bienvenido para el descanso. La masa, sin entrar en clases sociales, invade las playas y permite que el paisaje respire. Y las nuevas modas. En Comillas hay un trenecito que recorre la ruta turística y origina colas kilométricas de coches con sus conductores y ocupantes rayanos en la más absoluta desesperación. Tampoco es para tanto. El palacio del marqués, el Capricho de Gaudí que no está del todo demostrado que sea de Gaudí, el conjunto del seminario jesuita y un precioso, pero pequeño, casco urbano que se puede cubrir a pie en menos de diez minutos. Y hay un mercadillo, que en verano se traslada a la campa del palacio, en el que los veraneantes adquieren todo lo que no han querido comprar en sus ciudades respectivas a lo largo del invierno por el mismo precio. En el mercadillo nacen las cenas y las comidas atosigantes.

Las casas y las urbanizaciones han crecido como setas. Y me parece muy bien. Lo que no me parece tan bien es que hayan crecido como setas las invitaciones a cenar para conocer mejor a personas muy respetables que no forman parte del ánimo de nuestras vidas. Otra cosa son los amigos de siempre, esas personas elegidas que nunca cansan ni se repiten.

Hace unos sesenta años, calculo, más o menos, pero no me atrevo a asegurarlo, se plantaron secuoyas en esta zona maravillosa del norte de España. La secuoya es una conífera norteamericana que alcanza una gran altura y un opulento diámetro en el tronco. Pero es un árbol feo. Decenas de miles de visitantes acuden a visitar el bosque de las secuoyas, que no es mucho más que un pinar paseado con lentes de aumento. Y para colmo, esa masiva afluencia de personal foráneo, está destrozando los troncos de las secuoyas llevándose de recuerdo pequeños trocitos de sus troncos. Y cada pocos días, la cita en Santander, esa ciudad tan bonita en invierno. Los veraneantes de Santander están tan aburridos con los de Santander que nos reclaman a los que vivimos lejos de Santander para que les rindamos visitas y exclamemos en su presencia. ¡Qué bonita es la bahía de Santander!, que lo es, efectivamente, como la de San Sebastián o Pollensa, porque las bahías acostumbran a ser muy agradables y vistosas. Una bahía fea es como ser el Duque de Werstertagen-Grinburg Und Fruehauff siendo gordo, bajito y sudoroso.

Se descansa descansando no cansándose innecesariamente. Un verano de cenas, comidas y festejos destroza a cualquiera. Soy feliz con mis amigos, pero no tengo intención de ampliar mi círculo de amistades. Vengan por aquí, que es algo maravilloso. Y no compartan la maravilla. El descanso que este lugar procura no tiene precio.

Y descansen.

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