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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El tonto mesetario

Decirle a una galleguiña en Madrid que es una «tonta del pulpo la gallega» sería una inmensa grosería. Porque tontas del pulpo a la gallega sólo hay una. Es de Fene. Pero no es confundible con el resto de las divinas mujeres de Galicia

Actualizada 01:30

He sido tan obtuso durante tantos años que no me había apercibido de mi condición de «tonto mesetario». Creo que el título de «tonto mesetario» se expide en un bar-restaurante de Galicia que vive todo el año gracias al dinero que dejan durante el mes de agosto los tontos mesetarios de Madrid. Me enorgullece haber elegido los verdes de la provincia de Santander para pasar los últimos años de mi vida. Aquí, nadie me ha llamado «tonto mesetario». Claro, que Madrid y Santander siempre han mantenido unas relaciones fluidas y cariñosas. Aunque de raíces familiares montañesas, Don Félix Lope de la Vega Carpio, don Francisco de Quevedo y Villegas y don Pedro Calderón de la Barca, nacieron y vivieron siempre en Madrid, y por lo tanto, en el restaurante gallego, serían considerados «tontos mesetarios». Pero no hay que generalizar. Esto es política. En Galicia, a sabiendas de que soy de Madrid, siempre he sido recibido y tratado maravillosamente. Para mí, que los propietarios del local que no admite a más «tontos mesetarios», son socialistas, o podemitas o del BNG. También en Madrid sufrimos a la «tonta del pulpo a la gallega», y no consideramos al resto de sus paisanos «tontos del pulpo». Estos arrebatos son propios de la obcecación mental de las empanadas zurdas.

Muy al contrario, en Madrid se admira la inteligencia y la sabiduría de los gallegos. A mi humilde persona, en Buenos Aires me llamaban «gallego» y yo, tan feliz. Solo en Buenos Aires. Hacia el norte , ya en Salta, en Catamarca, en Santiago del Estero, en Misiones, en el Chaco o en Jujuy, a los españoles nos dicen «españoles», porque los gallegos, los grandes emigrantes en tiempos difíciles, se quedaron en su mayoría en Buenos Aires y Mar del Plata, demostrando también una gran inteligencia y facilidad de adaptación. Esto viene del odio que se ha instalado en España desde que gobiernan los que odian a España. La relación de grandísimos gallegos venerados en Madrid es interminable. Guardo muy especial cariño a dos de ellos, escritores, fabulistas, y estrictamente geniales. Álvaro Cunqueiro y José María Castroviejo. «Me encanta Madrid porque aquí me consideran madrileño. Pero viajo a Barcelona a firmar libros, y la gente me comenta mientras escribo esas patatas de dedicatorias que tanto gustan a los coleccionistas de firmas. –Me gusta mucho como escribe, aunque no sea de aquí–. Es decir, que Cunqueiro y Castroviejo, cuando estaban en Madrid y se consideraban madrileños, eran también «tontos mesetarios». Contaba Joaquín Calvo-Sotelo –gallego madrileño–, que tuvo un catedrático de Derecho Administrativo, gallego profundo, listo y simpatiquísimo, amén de algo extravagante en el cumplimiento de su deber docente. Llegaba muy tarde al aula para impartir sus clases, contaba anécdotas muy divertidas que nada tenían que ver con el Derecho Administrativo, y cuando se oía el timbrazo que establecía el final de la clase, adoptaba un gesto rebosado de solemnidad y se dirigía al alumnado de esta manera. –Señoras y señores alumnos. Ya que no hemos sido puntuales a la entrada, seámoslo, al menos, a la salida. Hasta mañana–.

Madrid sin gallegos no se entendería. Sin gallegos, andaluces, valencianos, montañeses, asturianos, navarros, vascos y demás hijos de las diferentes regiones de nuestra patria común, España. Hay madrileños tontos, como en el resto de las tierras de España. Yo diría, que tontísimos, pero creo que la generosidad de los madrileños de Madrid y de los madrileños que no son de Madrid, pero como si lo fueran, mantienen a muchos profesionales de la hostelería de nuestras costas cuando veranean. Y siempre habrá un imbécil que confunda el tocino con la velocidad, y el odio con sus resentimientos personales.

Los «tontos mesetarios», efectivamente, harían bien en no visitar ese local de odiadores. El dinero que dejan para hacerles pasar un mejor invierno, no entra en sus odios ni en sus desprecios. Decenas de miles de gallegos son «tontos mesetarios» durante el resto del año. Decirle a una galleguiña en Madrid que es una «tonta del pulpo la gallega» sería una inmensa grosería. Porque tontas del pulpo a la gallega sólo hay una.

Es de Fene. Pero no es confundible con el resto de las divinas mujeres de Galicia.

Opinión de un «tonto mesetario» que vive en los verdes santanderinos.

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