¿Qué pasa después?
El discurso público actual está plagado de propuestas no ya radicales, sino incongruentes y que, a lo mínimo que se razonen un poco, quedaría claro que nunca producirán ningún resultado positivo
La semana pasada, me llegó una discusión de Twitter en la que un sesudo izquierdista que decía ser economista proponía aplicar un 99 por ciento de impuesto de la renta a «los ricos». Muchos usuarios respaldaban y alababan su propuesta y se mostraban encantados de los beneficios que esta medida supuestamente tendría para la sociedad. Gracias a Dios, otros muchos twitteros tuvieron la paciencia de explicar las muchas y profundas razones que hacían de ese impuestazo una mala, malísima idea, además de un robo atroz.
Tras este episodio, me quedé pensando en cómo era posible que este tipo de propuestas, que son a todas luces absolutas insensateces, pudiesen parecer buenas y beneficiosas para una parte de la gente. El discurso público actual está plagado de propuestas no ya radicales, sino incongruentes y que, a lo mínimo que se razonen un poco, quedaría claro que nunca producirán ningún resultado positivo.
Pero he aquí la clave: la gente nunca va más allá. Las propuestas que parecen triunfar hoy en día son aquellas que suenan bien y parece traer algún beneficio (si acaso) a muy corto plazo. La mayoría del público nunca se plantea qué hay más allá de unas palabras biensonantes y de un resultado inmediato. Muchas de las malas, malísimas ideas y propuestas que pueblan el discurso público caerían por su propio peso si a sus promotores y defensores se les hiciera la simple pregunta de «y después, ¿qué?» «¿Qué pasa a continuación?» Hay veces que hay que discutir sobre principios, y hay otras veces que es más esclarecedor hablar de consecuencias.
En el caso del impuesto al 99 por ciento, entre otras cosas, lo que pasaría después es que ninguno de esos «ricos» va a trabajar, porque nadie trabaja para que le roben. Nadie saca dinero del cajero si sabe que en la esquina hay un carterista que le va a mangar todo lo que haya retirado. La inmensa mayoría se marchará a otro lugar, y los pocos que se queden trabajarán lo justo para vivir pues, total, si se esfuerzan más no se quedarán ellos con el fruto de su sudor.
Pongamos otros ejemplos de actualidad. Empecemos por uno de los más llamativos que se me ocurren: el de los activistas de «just stop oil», esos que vandalizan obras de arte para llamar la atención sobre lo que ellos consideran el apocalipsis climático. Como el propio nombre de su grupo expresa, la brillante idea que estos señores proponen es, simple y llanamente, acabar ya con el petróleo y los combustibles fósiles. Fantástico. ¿Y qué pasa después, señores? ¿Qué pasa si, de verdad, les hacemos caso y paramos el petróleo, que es el sustento de la mayoría del suministro energético global?
Pues lo que pasaría es que millones de personas morirían de hambre. Otros tantos millones morirían de frío o calor. Y muchos más millones sufrirían gravemente por el colapso económico global que conllevaría la falta de petróleo. Lo que pasaría después es que a los activistas del «just stop oil» se les debería acusar de genocidio.
Otro tema al que aplica esta simple pregunta es al ideario posmodernista en su conjunto (el wokismo global o nuestro podemismo español). Según ellos, las sociedades occidentales actuales son inherentemente opresoras, pues están construidas para perpetuar el poder de la clase dominante (el hombre rico blanco heterosexual, en general). Dada esta supuesta naturaleza opresora, los wokistas y podemitas buscan, abiertamente, derribar nuestros sistemas actuales.
Pero una vez lo hayan destruido, ¿qué pasa después? Una vez nos deshagamos del capitalismo, de la democracia representativa, de la meritocracia, etc., ¿qué viene después? Nunca he escuchado una propuesta congruente de ninguno de estos wokistas, y las pocas que escucho son puro marxismo reciclado.
Nuestras sociedades occidentales están lejos de ser perfectas, pero son las más libres, las más prósperas y las más pacíficas de la historia de la humanidad. Si cualquiera de nosotros pudiese elegir nacer en cualquier lugar del planeta, en cualquier momento de la historia, siendo un ciudadano medio, elegiríamos nacer hoy en Occidente. Yo no estoy dispuesto a volar por los aires la civilización más exitosa de la historia, por muchas cosas que haya que mejorar, sin tener ni la más vaga idea de qué alternativa viene después. Así que, repito: wokistas, ¿qué pasa después?
La ideología de género también es otro de los grandes asuntos de nuestro tiempo donde cabe preguntarse qué consecuencias conlleva, no por su dimensión sexual sino por sus fundamentos ideológicos. La premisa de esta ideología es que no existe una realidad objetiva sino lo único que vale es el sentimiento subjetivo de cada persona. Los sentimientos crean la realidad y, así, si yo me siento mujer, pues soy mujer, y los demás deben forzosamente validar esta nueva «realidad».
Pero si aceptamos esto como válido, ¿podemos construir una sociedad medianamente estable sin ningún tipo de referencia objetiva, ninguna estructura común, ningún estándar compartido, ni siquiera la biología? Si cada uno de nosotros puede construir una realidad a su antojo ¿cómo es posible ponerse de acuerdo en nada? Si perdemos hasta las referencias más elementales, las biológicas, ¿cómo vamos a tener referencias de valores, de cultura, de estética, de orden? ¿Qué mundo viene tras esto?
Por las mismas, hagamos la pregunta a los independentistas catalanes: ¿qué pasa después? ¿Qué pasa al día siguiente de la independencia? ¿Qué pasa con la economía catalana? ¿Qué pasa con ese 50 por ciento plus de catalanes que no quieren la independencia? En la Cataluña actual cada uno puede sentirse como quiera, catalán, español o mediopensionista; en la Cataluña actual cada uno puede hablar el idioma que quiera, expresarse como quiera, viajar a donde quiera, etc. ¿Eso pasará en la Cataluña independiente? En la Cataluña dirigida por unos supremacistas que odian todo lo español ¿vas a poder hablar español, sentirte español, sin ser un ciudadano de tercera?
La próxima vez que discutan con alguien, no sólo debatan los principios de la propuesta, sino las consecuencias. Pregunten «¿qué pasa después?». Es un arma poderosa para desmontar tonterías.