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El ojo inquietoGonzalo Figar

Algo huele a podrido en los Estados Unidos

¿Cuál es mi teoría? Que el Partido Demócrata, o algunos en su estructura, está jugando a un complicado juego de ajedrez con el objetivo de presentar a otro candidato presidencial que no sea Biden

Actualizada 01:30

Como ustedes sabrán, la semana pasada se celebró un debate presidencial en los Estados Unidos entre Joe Biden, el presidente y candidato demócrata, y Donald Trump, a su vez expresidente y candidato republicano. Aunque normalmente Trump suele ser el que ocupa los titulares por alguna u otra bomba mediática que siempre acaba soltando, en esta ocasión fue Biden el centro de atención. Supongo que a muchos de ustedes les ha llegado ya algún vídeo de un Joe totalmente pasmado, perdido, incapaz de hilar más de dos frases seguidas sin hacerse un lío. Que el pobre no está mentalmente sano fue tan evidente que todo, absolutamente todo el mundo, incluso los medios más progresistas como The New York Times o MSNBC, han tenido que admitir que Biden se tiene que echar a un lado pues es imposible que pueda ganar las elecciones, mucho menos gobernar.

Todos llevamos dentro un pequeño amante de las teorías de la conspiración y, ante este suceso, ha salido a relucir el mío. Hay muchas cosas que huelen raro de este debate y estas elecciones. En primer lugar, el estado de salud mental de Biden ya era cuestionable en las elecciones del año 2020, y en sus ya tres años y medio de Presidencia, solo ha empeorado notoriamente. Las imágenes de su declive son múltiples y públicas, desde las veces que se ha caído por las escaleras, hasta aquellas en que balbuceaba sin remedio, pasando por cuando acudía a eventos y se le notaba totalmente desnortado. Se sabía que Biden estaba gagá y, sin embargo, el establishment demócrata se ha empeñado en empujarlo como candidato, laminando todo intento de elecciones primarias reales. ¿Por qué? ¿Por qué este interés –hasta ahora– en promover a un candidato que a todas luces no está capacitado?

Pese a que Biden ha ido perdiendo sus facultades, en otras ocasiones en las que le tocaba exponerse consiguió salir de la situación con cierta dignidad. Desde la anterior campaña, han circulado rumores de que sus asesores y médicos le estimulaban con algún tipo de medicamento o droga antes de las apariciones televisivas, para paliar su declive mental. En este debate no. Fue una humillación absoluta. ¿Por qué de repente tanta degeneración? ¿Por qué le dejaron salir si estaba tan mal, o por qué no le dieron nada de eso que supuestamente antes sí le daban?

Otro elemento que me hace desconfiar: todos los debates presidenciales americanos de la historia se han celebrado entre septiembre y octubre, es decir, mucho más cerca de las elecciones, siempre oficiadas el primer martes de noviembre. Esta vez el debate ha sido en junio, más de 4 meses antes de la jornada electoral.

Es más, no sólo ha sido el debate muy pronto, sino que aún ni siquiera se han celebrado las convenciones de ambos partidos. Las convenciones son algo así como los congresos de los partidos, en los que los delegados de cada estado formalmente depositan sus votos por el candidato que en su día ganó las elecciones en su territorio. Así, en la convención, cada partido declara formalmente su candidato a la Presidencia y, también, a la Vicepresidencia. La convención republicana se hará este mes, del 15-18 de julio, mientras que la convención demócrata no será hasta mediados de agosto. ¿Por qué se ha realizado este debate presidencial en una fecha tan extraordinariamente temprana? ¿Por qué se ha celebrado antes de que ninguno de los dos candidatos haya sido formalmente declarado en sus convenciones?

Algo huele a podrido en todo este asunto. ¿Cuál es mi teoría? Que el Partido Demócrata, o algunos en su estructura, está jugando a un complicado juego de ajedrez con el objetivo de presentar a otro candidato presidencial que no sea Biden; candidato declarado a última hora y sin haber tenido que pasar por el engorroso y divisivo proceso de las elecciones primarias. Alguien o algunos han dejado que un Biden senil se imponga en el ciclo de primarias sin oposición para, finalmente, evidenciar a propósito su lamentable estado de salud en un debate presidencial celebrado a destiempo. Este debate y la consiguiente humillación ocurren con la suficiente antelación a la convención demócrata como para dar margen para que o el propio Joe abandone, o para que el establishment demócrata corone a otro candidato modificando las normas de voto en la convención. Además, este cambio de pretendiente a última hora cogería a Donald Trump y los republicanos con el pie cambiado.

¿Quién está moviendo las piezas en esta compleja partida de ajedrez? Sólo alcanzo a ver tres nombres viables en las filas demócratas, el primero de ellos el más capacitado para orquestar este arriesgado jaque al rey Biden: Michelle Obama, Gavin Newsom y Kamala Harris. Michelle Obama representaría la continuidad de su marido y sería una fantástica candidata, pues arrasaría con el voto femenino y el de las minorías, que cada vez se están apartando más de los demócratas. Para Trump, Michelle sería la peor de las rivales posibles. Newsom es el gobernador de California y representa al ala más radical del partido. La base demócrata le adora y es un tipo que sabe desenvolverse bien, aunque sus políticas son desastrosas. A Kamala Harris, por mucho que sea la vicepresidenta, mujer, negra y heredera aparente de Biden, no la quieren ni en su casa pues cada cosa que hace provoca más repulsa y burla. Otra cosa es que ella lo acepte y que los 'optics' de desplazarla queden bien.

Un cuarto nombre ha empezado a sonar con fuerza en los últimos días: Gretchen Whitmer, eficiente y relativamente moderada gobernadora de Michigan, un estado absolutamente clave en las elecciones presidenciales.

Cojan las palomitas porque esto va a ser divertido, haya conspiración o no.

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