El mundo en riesgo
Ojalá no ocurra nada de lo que me he imaginado, ni ningún otro acontecimiento que pueda alterar la paz y estabilidad internacionales, pero no hay que negar que los próximos seis meses suponen un periodo de oportunidad para todos los enemigos de Occidente
Aunque no suele ser buena idea hacer predicciones sobre el futuro, hoy voy a aventurarme a hacer una: se avecinan seis meses de una peligrosa inestabilidad global. Ojalá me equivoque pero tengo temor a que, en el futuro inmediato, las piezas del tablero internacional se muevan de una manera nada deseable para los intereses de Occidente y de un mundo estable.
Nuestro sistema de orden y seguridad internacionales se ha asentado, desde el final de la II Guerra Mundial, en el poderío y liderazgo americano. Toda la arquitectura internacional actual, sobre la que se mantiene la relativa paz y prosperidad de la que disfrutamos –especialmente en Occidente– tiene como pieza central a unos Estados Unidos fuertes y al mando. Estados Unidos es «la nación indispensable», como la bautizó Madeleine Albright.
Pero, en este preciso momento, Estados Unidos es extremadamente vulnerable. El país está ahora completamente centrado en la campaña presidencial, con poca atención dedicada a la estabilidad global. Tras las elecciones, seguirá un periodo de transición de más de dos meses hasta que, sí o sí, llegará un nuevo ocupante a la Casa Blanca. El actual presidente, Biden, está a todas luces incapacitado y débil. El viejo Joe no intimida a nadie, mucho menos a los enemigos de Occidente. Estados Unidos, la primera potencia del mundo, está ahora mismo descabezada y no hay nadie al mando que pueda actuar con decisión ante un eventual acontecimiento que pueda sacudir el orden internacional.
Mientras ahora el país está sin líder, todas las encuestas apuntan a que Donald Trump volverá al Despacho Oval el próximo 20 de enero. Más allá de la opinión que cada cual pueda tener sobre él, lo cierto es que Trump sí que intimida a sus enemigos. Trump es impredecible, volátil, agresivo e imprudente, y tiene una clara vocación por defender los intereses americanos a toda costa; cualidades que le hacen un adversario difícil con el que lidiar, y que alteran los cálculos de riesgo de los demás actores internacionales.
Imaginen que son Vladimir Putin, Xi Jinping o el Ayatolá Jamenei. Su rival, EE. UU., está comandado por un anciano medio gagá. La atención del país está focalizada en la campaña presidencial y en la subsecuente transición de poder, período donde tradicionalmente se genera cierto vacío de poder. Para enero, con toda probabilidad, llegará un líder fuerte e imprevisible a la Casa Blanca. ¿Qué harían? Pues mover ficha ahora, tomar posiciones y consolidar ganancias mientras el enemigo es vulnerable.
El otro gran actor occidental, Europa, es absolutamente irrelevante en el panorama internacional. Europa es un enano político y un pigmeo militar, y sólo conserva alguna escasa proyección por su cada vez más decadente economía. Por si fuera poco, atraviesa una grave crisis de liderazgo: ni en la Unión ni en ninguna de las grandes potencias (Reino Unido, Francia, Alemania) hay un líder fuerte, estable y con experiencia.
Ante tal debilidad occidental, ¿qué crisis podrían estallar o empeorar a nivel internacional? Si me permiten elucubrar de forma un tanto imprudente, se me ocurren varias. Por ejemplo, Rusia podría aprovechar la debilidad americana para lanzar una ofensiva a gran escala en Ucrania, buscando hacer caer al régimen de Kiev de una vez por todas. China podría continuar con su ya preocupante expansión por el mar del sur de China, por donde circula casi dos tercios del comercio internacional. O, de manera más agresiva, Beijing podría incluso sentirse con la fortaleza de avanzar sobre Taiwán. Irán, por su parte, podría aprovechar la vacilación americana para volver a atacar a Israel de forma directa, como ya hizo hace pocos meses, desatando una escalada de tensiones en un momento crítico para la paz en Oriente Medio.
Ciertos grupos terroristas podrían valerse de la situación para cometer atentados en infraestructuras económicas clave, ya sean energéticas, de transporte, financieras o de telecomunicaciones, generando disrupciones globales. Por supuesto, los Juegos Olímpicos también son un objetivo terrorista de primer nivel.
O, por hablar de problemas más cercanos, Marruecos podría avanzar sobre posiciones españolas, ya sea de forma frontal o asimétricamente, mandando hordas de migrantes en avalancha. Nuestro gobierno es débil y se sostiene en todos los enemigos internos de España. Además, Sánchez ya ha mostrado una lamentable tendencia por plegarse a los deseos de Mohamed VI, como cuando aceptó los posicionamientos marroquís sobre el Sáhara Occidental. Si a esto le sumas una Europa sin líderes y unos Estados Unidos distraídos, ¿es descabellado pensar que en Rabat estén al menos analizando la posibilidad de una ofensiva?
Aunque, en mi opinión, una de las peores crisis que podríamos vivir se daría si algún enemigo internacional, estatal o no, logra hacer estallar la bomba de polarización que se vive en Estados Unidos. Por ejemplo, ¿qué podría pasar si un grupo de hackers logra penetrar los sistemas de voto electrónicos el día de las elecciones? ¿Cuánto más se quebraría la confianza de los americanos en su propio proceso democrático si los resultados, caigan del lado que caigan, parecen comprometidos por un ataque cibernético?
O, mucho peor, ¿qué ocurriría si se produce un nuevo atentado contra Donald Trump? Creo que no somos conscientes de las repercusiones, tanto domésticas como internacionales, que se podrían haber desatado si Trump no hubiese sobrevivido al atentado contra su vida. La superpotencia mundial, la mayor democracia del mundo, se hubiera sumido en un caos y violencia inimaginables, a tres meses de unas elecciones. Hoy, evitar el asesinato de Trump y del candidato demócrata (parece que Kamala Harris, finalmente) es más transcendental que en ningún otro momento de la historia.
Ojalá no ocurra nada de lo que me he imaginado, ni ningún otro acontecimiento que pueda alterar la paz y estabilidad internacionales, pero no hay que negar que los próximos seis meses suponen un periodo de oportunidad para todos los enemigos de Occidente.