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VertebralMariona Gumpert

No me gustan los toros

Miren que el término cultura es como Castilla, ¡ancho!, y puede un ministro sacar iniciativas interesantes sin andar pisando callos, pero no

Actualizada 01:30

Lo positivo de trabajar para una cabecera como El Debate es que puedo abordar problemas en apariencia menores sin tener la sensación de alimentar debates bizantinos. Usted que me lee está al tanto del populismo gubernamental. También está familiarizado con el concepto «cortina de humo»: avivar polémicas triviales con las que desviar la atención de problemas que nos aquejan a todos. La última la ha protagonizado el ministro de Cultura. Es uno de los pocos en su cargo que es más o menos conocido (si sabe usted nombrar más de diez ministros le invito a una copa). Urtasun parece seguir la máxima que aconseja que hablen de uno, aunque sea mal. Miren que el término cultura es como Castilla, ¡ancho!, y puede un ministro sacar iniciativas interesantes sin andar pisando callos, pero no: descolonicemos museos y suspendamos la mitad del presupuesto dedicado al mundo del toro, ¡acabemos con el Premio Nacional de Tauromaquia! Sánchez, feliz: mientras hablen del toreo o del sexo de los ángeles no repararán en Koldo, su hermano, su cuñada, ¡su mujer!

Con ustedes y conmigo no caerá esa breva. No olvidamos nada de lo que dice y no hace, de lo que no dice y sí hace. Asimismo, a veces aquello de que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio no es aplicable a una situación, entre otras cosas porque no somos como Don Quijote («ladran, luego cabalgamos»). Vivimos en sociedad y quien no defiende ciertas ideas las condena al olvido. Hablemos, pues, de toreo.

No me entusiasman los toros. Mi marido, sin embargo, es un gran aficionado, conoce ese mundo en profundidad. En todo caso, lo que nos guste o no a Manuel y a mí no es criterio de nada, ¿verdad? Esto es lo primero que debe decirse sobre el tema, la cosa no va de lo que nos produce agrado o repulsa. El asunto va de discernir en qué situaciones debemos de privar de libertad a otras personas para dedicarse a lo que les venga en gana. La libertad es un asunto lo suficientemente serio como para no hacerlo depender de inclinaciones personales subjetivas.

Segunda objeción a los marcos en los que suele hablarse del tema: sufrimiento animal. Si lo que nos incomoda es el dolor y muerte de un animal, los únicos que están moralmente autorizados para oponerse a la tauromaquia son los veganos. Quienes consumen carne, pescado, leche, huevos y derivados vayan saliendo por la puerta y diríjanse a las macro granjas en las que habitan enclaustrados los animales de donde proceden los alimentos que consumen cada día.

A quienes les parece un espectáculo cruel. No han estado nunca en una corrida, al menos no junto a un aficionado. En la época del «todo es relato» muchos parecen obviar que, donde unos ven ensañamiento y sadismo, otros observan a un hombre midiéndose con un animal bravo al que profesa un profundo respeto (entre otras cosas porque puede acabar con la vida del torero en un par de minutos). El problema es que mucha gente confunde comprender con justificar. Necesitan que algo sea intrínsecamente malo para prohibirlo (de ahí que sus ansias de censura acaben resultando insaciables). ¿Alguien cree que quienes contemplan a los castellers ansían que sus componentes se derrumben, aplastándose unos a otros, mientras quiebran huesos y tendones por doquier?

Y he aquí el verdadero quid de la cuestión, el único que pone en jaque –desde una perspectiva ética, no subjetiva– la existencia de la tauromaquia: ¿es lícito poner en riesgo una vida humana si con eso se mantiene un rico y en general positivo legado cultural? Nótese que no he especificado en la pregunta si hablo de un torero o de un casteller. Recuérdese que hace una semana ingresó en la UCI una niña que cayó desde una de estas torres humanas.

No se preocupen, no hace falta que respondan a la pregunta. Nuestra sociedad se quita de encima a fetos de 20 semanas por estar enfermos, quienes tienen ELA se ven abocados a la eutanasia por falta de inversión. En París hemos contemplado impertérritos deportes que pueden amenazar la vida humana (la gimnasia artística prohíbe, de hecho, determinadas acrobacias). Existe, en general, una multitud de disciplinas y prácticas de riesgo mortal y nadie dice ni pío. Mientras existan todas estas objeciones, la postura obligada ante la tauromaquia es su defensa. De sobra sabemos todos que es un símbolo no sólo de España, sino de la Hispanidad. Por eso van contra ella, por eso debemos apoyarla.

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