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13 de septiembre de 2024

VertebralMariona Gumpert

¿Pa’ qué me va a servir estudiar esto?

La historia nos previene de repetir arquetipos políticos y sociales: populismo hubo desde Grecia y Roma, el comunismo no funciona, la pobreza no trae nunca nada bueno...

Actualizada 01:30

Se acerca el comienzo de curso escolar. La mayoría de las familias preparan ya los materiales que van a necesitar, mientras juran en arameo contra la mafia de los libros de texto. La sapientísima pedagogía moderna aconseja diseñarlos de forma que los niños tengan que escribir y colorear sobre ellos, amén de introducir alguna modificación cada curso: imposible heredar. ¿Dónde están los ecologistas cuando los necesitas?

La vuelta al cole resucita debates de temporada: ¿el uniforme escolar es signo de pijerío o una forma de que los niños con ropa de marca no se metan con los que se visten en Decathlon o Primark? ¿La escuela concertada es un invento elitista o el último refugio de la clase media para preservar a la prole de la ideologización? Por supuesto, muchos responden que lo que se enseña en la pública no es ideología, son valores objetivos. Algunos, en un arranque de ingenio y prepotencia, eructan un «yo financio colegios donde se enseña que un ser imaginario fue el creador de todo». Son aquellos que no saldrían indemnes de un debate serio sobre la existencia o no de Dios. Están convencidos de que sus posturas políticas y éticas están escritas en el libro eterno e inmutable de todo lo que es bello y bueno. El fundamentalismo religioso actual se llama cientificismo: no hay más dios que la ciencia y los progres son sus profetas.

Los católicos no somos fundamentalistas. Creemos en Dios, algo muy distinto a saber, a tener la certeza de que Dios existe. Somos conscientes de que la fe es un don, de que algunas verdades muy importantes de nuestra fe son dogmas, un sinsentido lógico para el ámbito natural. En todo caso, lo que muchos no comprenden es que la escuela pública debe ser para todos, creyentes y no creyentes. Tampoco entienden que en algunas regiones de España la pública no es una opción, pues no quieres decirle a tu hijo que sería conveniente que no comentara con sus amigos y profesores que él ama a España y ser español.

Existe otro debate que parece menor en relación con lo mencionado, pero que resulta clave si no deseamos que la educación pública continúe siendo el cortijo de la gente de izquierdas. Se trata de la discusión acerca de la supuesta futilidad de determinados contenidos y asignaturas. «¿Alguien recuerda cómo se resolvía una ecuación de segundo grado? ¿De la lista de las preposiciones? ¿Os ha servido de algo empollar el mito de la caverna? ¡Lo que sufrí con los análisis sintácticos y los de texto, y todo pa’ na’!». No comprenden que hay niños y adolescentes que después se convertirán en matemáticos, filósofos o filólogos, y que necesitan esa base previa para acceder a la universidad.

Aun así, esa gente persistirá en exigir que lo que se aprenda en la escuela resulte objetivamente útil para todos los alumnos. Si se sienten generosos y con ánimo, he aquí una lista de argumentos que podrán enumerar ante esos plastas de cerebro entumecido. El dominio de las preposiciones, el análisis sintáctico y de texto mejoran la comprensión lectora y verbal en general, algo fundamental para formar y exponer las ideas propias, comprender las ajenas y ser capaz de señalar sus fallos: hay vida más allá del «calla, facha despreciable».

El mito de la caverna explica cómo la población tiende a querer ser engañada con imágenes distorsionadas de la realidad, ¿nos preocupan los bulos y la capacidad de la inteligencia artificial para crear fotos y vídeos engañosos? Aprendan filosofía. La historia nos previene de repetir arquetipos políticos y sociales: populismo hubo desde Grecia y Roma, el comunismo no funciona, la pobreza no trae nunca nada bueno, las civilizaciones desaparecen si no se cuidan.

Quienes señalan la incapacidad del adulto medio para resolver una ecuación de segundo grado olvidan que pocos entienden la utilidad de las fracciones: no es lo mismo comparar en términos absolutos que comparar porcentajes. Apliquemos este conocimiento a la delincuencia, a establecer diferencias entre población local y cierto tipo de inmigración. O, para los que lo necesitan masticadito: uno de cada mil resulta menos inquietante que uno de cada diez.

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