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VertebralMariona Gumpert

¡Soltad a Barrabás!

Fascista ya no es alguien de una ideología muy concreta, sino cualquiera que se salga una coma del credo oficial

Actualizada 01:30

Del numerito de Puigdemont podrían escribirse infinidad de cosas, casi todas sombrías. Al menos por parte de personas razonables y con un mínimo sentido de la realidad, es decir, especie en peligro de extinción. Ya sabemos que para muchos de nuestros compatriotas todo lo ocurrido fue una jugada maestra de Sánchez: regaló de forma pactada a Puigdemont unos escasos minutos de patética gloria mientras conseguía el fin del procesismo (sí, este es el nivel de análisis de muchos; la aniquilación del Estado de derecho es una cosilla sin importancia y, por supuesto, ERC y Junts dejarán de exigir prebendas y privilegios. Un plato de jamón serrano en la Feria de abril resulta más profundo y con toda seguridad menos ingenuo. O cínico).

Por suerte, y de momento, existen columnistas, periodistas y líderes de opinión en general que están todavía en disposición de exponer la gravedad del asunto. Lo triste, lo irregular, es que se necesiten estas voces para trasladar a la ciudadanía lo más básico: por siete votos se ha destrozado de forma impune la igualdad de los españoles. No hablo ya de la organización económica y fiscal de la nación, que venía dañada por defecto desde el 75 con los conciertos vasco y navarro, sino de algo tan simple como la igualdad ante la ley, la importancia de llamarse Ernesto, Begoña Gómez, David Sánchez o Carles Puigdemont.

Parte de todo esto cuela por la prostitución de los conceptos, que poseen gran capacidad para condicionar nuestra percepción y comprensión del mundo. Así como un aborto es una interrupción voluntaria del embarazo, la mentira no es tal sino cambio de opinión; la impunidad legal se convierte en pacificación y convivencia de la sociedad catalana. Fascista ya no es alguien de una ideología muy concreta, sino cualquiera que se salga una coma del credo oficial.

El jueves fue el día más adecuado para evidenciar lo ridículo de esta última moda del peligro del fascismo. Quiero creer que no todo aquel que ha votado socialismo es tan corto de entendederas como para no darse cuenta, al menos, de las mentiras sistemáticas con las que nos flagela desde hace años. Ese votante querría un líder más digno, pero prefiere Pedro Sánchez a la llegada de la temida extrema derecha. Y yo me pregunto dónde se esconden estos peligrosos fascistas, ¿dónde estaban el jueves? La tranquilidad que se transmitía desde Barcelona contrasta con la imágenes de turbas y disturbios en Reino Unido. No hacía falta el esfuerzo intelectual de acudir al concepto de masas enfurecidas y violencia callejera, bastaba con verlo (para quien quisiera hacerlo, por supuesto). A pesar de esto, el fantasma del fascismo sobrevuela todavía sobre todos nosotros, hasta el punto de celebrar con alegría lo que es una tragedia: el principio del fin de la institucionalidad y de todas las reglas mínimas de convivencia. Es, con todas las distancias, un «¡soltad a Barrabás!» en toda regla.

Aun así, ansiosos de épica, un grupo de fans de Puigdemont trató de acceder al Parc de la Ciutadella (donde está ubicado el Parlament) saltándose el cordón policial. Los mossos acabaron fumigándoles con gas pimienta. A estos incondicionales les faltó tiempo para sacar los móviles y grabar a unos heridos imbuidos del espíritu de Neymar (una se tumbó en el suelo nada más percibir que la grababan). El narrador comentaba, indignado, cómo era posible que se le hiciera eso a gente pacífica. El vídeo, por supuesto, corrió por redes: necesitan a la extrema derecha, el miedo, el victimismo y, si no está, se lo inventan. ¿Qué harían en una supuesta república independiente, sin españoles a los que culpar de todos los males habidos y por haber? ¿Qué harán el día que se enfrenten a la violencia real?

De momento sabemos que, bajo la excusa de la opresión, el pacifismo y la democracia, obligan a la mitad de su población a convivir bajo reglas no escritas que, en la vida real, se transforman en cosas tan básicas como limitar la libertad de expresión o la de escolarizar a tu hijo en tu lengua materna que es, además, lengua cooficial allí. ¿Quién violenta aquí a quién?

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