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VertebralMariona Gumpert

Los JJ.OO. y el narcotráfico

Ya lo he dicho aquí en otras ocasiones y lo repetiré: ignorar estos problemas es lo que da alas a los auténticos grupos de extrema derecha

Actualizada 01:30

El pasado viernes, en el texto «Lo que no veremos de los Juegos Olímpicos… o sí» les emplacé a leer una segunda entrega: el progresivo incremento de la inseguridad ciudadana por causa de la inmigración. Tema todavía tabú, cosa curiosa. Bastantes países europeos caminan años por delante de nosotros: gracias a ellos no son necesarias las elucubraciones, basta con observar lo que de allí se nos cuenta.

Aún así, incluso por esos lares impera el temor a la censura ciudadana, a la condena al ostracismo; se teme ser considerados parte de una extrema derecha inexistente o residual mientras se justifica la violencia, la inseguridad, las violaciones, las zonas no-go. Ya lo he dicho aquí en otras ocasiones y lo repetiré las veces que haga falta: ignorar estos problemas es lo que da alas a los auténticos grupos de extrema derecha.

Curiosamente, fue un fascista del PP, Moreno Bonilla (según el significado actual de fascista) el que definió el núcleo del problema de la mal llamada crisis migratoria: «los andaluces tenemos el corazón asín de grande para acoger niños y niñas». Exhibió por delante el tema moral, la amplitud cordial, la magnanimidad del alma de quien no parece ser padre, aun siéndolo, pues aquellos que tenemos niños sabemos que hay un límite de hijos que uno puede permitirse tener. Curioso, por cierto, que hablara de niñas, ¿ustedes las han visto? Sabemos, en todo caso, que el de los menas es asunto menor en comparación con el constante número de inmigrantes ilegales adultos que se acumulan en las costas o que han entrado directamente en territorio nacional.

¿Qué les espera a estas personas, a las que tanto y tan buen español desea tanto bien? Son mano de obra barata, que mal vive en condiciones de semi esclavitud, o que acaba mendigando, delinquiendo o en mafias relacionadas con la droga. La lógica de este proceso es antropológica: o te aclimatas o te aclimueres. Procesos similares han sufrido los países hispanoamericanos y, en general, en todos aquellos sitios donde la pobreza es tal que no hay otra alternativa.

El salto a lo que conocemos como narcoestado implica otras variantes que también comenzamos a observar aquí. Podría comenzar con el caso Delcy –tan olvidado– o las relaciones de Zapatero con Venezuela, pero me interesa ahora ir a lo concreto. La lógica nos dice que son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad los que luchan en primera línea contra el narcotráfico. Ahora bien, ¿cómo van a hacerlo si tienen tan reglado y limitado el uso de la fuerza? ¿Cómo trabajar si, al ir a sacar el arma, te detienes a ponderar la decisión, pues podrías acabar en la cárcel o sin trabajo? ¿Se acuerdan del asesinato en Barbate de dos guardias civiles? Con mayor libertad de movimiento para protegerse a sí mismos hoy seguirían aquí.

Hagamos suma de factores, no con el corazón asín de grande sino con la cabeza asín de afilada. Por un lado, oleadas constantes de futuros mendigos, delincuentes o narcos. Por otro, Fuerzas y Cuerpos limitados en sus funciones y en plena decadencia (¿alguien sabe por qué el empeño en arrebatar áreas de actuación a la Guardia Civil?). En muchos sitios de Andalucía ya saben de qué va la cosa. Del resto depende que vaya a más.

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