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08 de septiembre de 2024

VertebralMariona Gumpert

Calma, Pedro

Si algo sabemos con seguridad del presidente es que puede hacer cualquier cosa, no le pasará factura

Actualizada 02:00

La operación sanchista contra «la máquina del fango» muestra ya unos niveles de alarma que deberían tener ya a toda la población en la calle. Si no lo estamos es porque, bajo las mismas premisas, llevaríamos al menos cuatro años pateando asfalto. No es que no se haya intentado, con apenas impacto, como comprobamos hace un año. Podría quedarnos el consuelo de que lo que no consigue la sociedad civil en la calle, lo puede lograr a través de los mecanismos y resortes del Estado de derecho. En eso andamos, con perspectivas poco halagüeñas.

Es entonces cuando cabría preguntarse por los españoles que jamás votarán al PP o a VOX, pero ven que les sobra demasiado mes a fin de sueldo: salarios irrisorios, inflación galopante y el en muchas ocasiones inasumible precio por vivir bajo techo (ya sea alquilado o propio): ¿dónde se esconden los expertos en quemar las calles cuando se los necesita? Quizá la pregunta más acertada sea el cómo están: abducidos, aterrorizados. Para conseguir estados tales de inquietud no es necesaria la censura (directa o encubierta). La censura es burda, diría que incluso buena: se nos muestra de forma abierta, como algo real y palpable, contra lo que se puede reaccionar. Es una cuestión de blancos o negros, y el diablo -padre de la mentira- se esconde en los grises y en las ambigüedades.

Pondré un ejemplo burdo. Si en una segunda cita, uno de los miembros de la futura pareja le alza la voz, amenazante, al otro. Si le da un empujón elocuente o le suelta una bofetada por una nimiedad, con toda probabilidad no habrá una tercera cita. El problema de la violencia suele ser precedido por un proceso de abuso psicológico, en el que la víctima va aceptando pequeños incidentes que van «in crescendo» porque su supuesta media naranja tiene sus cosillas, pero en el fondo es muy bueno.

Lo mismo ocurre con cómo nos son relatadas las cosas y en cómo puede ir cambiándose la percepción que se tiene de según que realidades. Un ejemplo paradigmático es el olvido, o incluso cierta admiración, que padecen muchos hacia los herederos de ETA. Desde el punto álgido de unión política y moral ante el asesinato de Miguel Ángel Blanco han cambiado de forma radical las cosas. Otegi es un hombre de paz, Oskar Matute es admirable, ETA es cosa del pasado. Esta visión de EH Bildu es la que predomina en la mente progresista más allá de País Vasco y Navarra. Pero, ¿qué ocurre allá? Llevan a cabo una acción municipal muy cuidadosa: allá donde se celebre un evento deportivo, cultural o social de cualquier tipo están ellos, amabilísimos y dispuestos a echar las manos que haga falta a quien lo necesite. ¿Cómo relacionar así Bildu con asesinos? Resulta natural también que obtengan su aprobación en las ocasiones en las que vuelven a ponerse violentos. ¡Si es que no se puede ir provocando!

Más peligrosas que la mentira son las medias verdades, esto es algo que experimenta cualquier ser humano en algún momento de su existencia (en muchas, por desgracia). Sin contexto no hay espacio para una comprensión más o menos razonable de cualquier suceso. «EE.UU. invade Francia en la operación Overlord». Qué feo suena. Hasta que caes en la cuenta de que es un relato de la batalla de Normandía. Pero caer en la cuenta requiere de cierto tiempo para dedicar a los asuntos, digerir los datos que se nos ofrecen y hacernos una composición de lugar. También es preciso un mínimo de comprensión lectora y capacidad de atención, cualidades cada vez menos frecuentes. Por eso resulta sencillo amedrentar con la llegada del fascismo donde, recuerden, está incluido Feijóo, ¡Feijóo! Desde ahí, cualquier justificación cabe. No miento, solo cambio de opinión.

Por eso me sorprende esa obsesión del presidente por destruir «la máquina del fango»: ¡si no lo necesita! Si algo sabemos con seguridad de él es que puede hacer cualquier cosa, no le pasará factura. Miren la amnistía. Los ERE. Si su mujer resulta condenada (algo que no ocurrirá) la media verdad oficial será que los magistrados fascistas tienen a una inocente en la calle. ¿O no fue eso lo que arguyó Irene Montero ante los desastrosos resultados de la ley «Solo sí es sí»? Pedro, calma. Está todo bajo control

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