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17 de septiembre de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Urtasun, otro caso de psicoanálisis

¿Qué extraña empanada conceptual y moral lleva al ministro de Cultura a practicar la aversión a España y a defender la dictadura de Maduro?

Actualizada 11:05

Hace ya demasiado tiempo que España no cuenta con un buen ministro de Cultura. Es una lástima, porque el arte, la literatura, el cine, la música, el idioma… son claves para forjar y mantener la identidad de una nación (como bien saben los que quieren destruir la nuestra). El último ministro a la altura de lo que se espera de ese cargo fue el efímero César Antonio Molina, al que Zapatero laminó precisamente por eso: por bueno. No daba el nivel de burramia servil que exige el PSOE.

Al actual ministro de Cultura, el barcelonés de ancestros navarros Ernesto Urtasun, de 42 años, le ha tocado la cartera en la lotería, dentro de la cuota comunista-pop de Yolanda, un globo de gas. Urtasun es lo peor que hemos tenido hasta la fecha en ese ministerio, por una razón evidente: no le gusta España, lo cual lo incapacita para el cargo. Su aversión a su propio país constituye un caso digno de psicoanálisis. Y no es el único en los pagos gubernamentales que podría pasar por el diván (valdría la pena analizar también con un terapeuta aquella desquiciada risa a lo Joker que se vio en cierta ocasión en la tribuna del Congreso).

Urtasun es un chico bien, de Liceo Francés, Universidad Autónoma y carrera diplomática en Madrid. Encontró su medio de vida en la izquierda piji-verde de Barcelona y trabajó como asesor en el Parlamento Europeo, al servicio del futuro golpista Raúl Romeva. Ernest va de divino y se gusta, se cree un intelectual con porte de modelo.

Resulta grimoso verlo defender, con medias tintas y frases alambicadas, a la cruel dictadura venezolana, esa que ha expulsado de su país a siete millones de personas. Un régimen que roba las elecciones, que persigue con saña criminal a la oposición, que ha convertido un país riquísimo en un foco de miseria, con la mitad de la población en la pobreza. Pero Urtasun, el guay, no lo ve así. Se sitúa en una repulsiva equidistancia de salón entre los héroes de la libertad que se juegan el físico y el tirano de fachada circense que machaca al pueblo.

Toda su actuación al frente del Ministerio de Cultura va siempre en la misma dirección: denigrar nuestra historia, ningunear nuestro idioma, despreciar y desterrar nuestras tradiciones y dar cuartelillo a todo aquello que ayude a los nacionalismos centrífugos en su monserga antiespañola. La delirante realidad es que estamos pagándole la nómina de ministro de Cultura a un nacionalista catalán que odia a España.

Vamos ahora con lo del psicoanálisis. ¿Quién es Ernest Urtasun? Pues el nieto por parte paterna de Jesús Urtasun Sarasibar, muerto en 2005, un falangista navarro que resultó herido en Guipúzcoa en la Guerra Civil, en 1937, y fue condecorado con la «medalla de sufrimiento por la patria», que le otorgó una pensión vitalicia. Los dos hermanos del abuelo Jesús combatieron también en las filas franquistas con idéntico entusiasmo.

Más tarde, los Urtasun emigraron a Cataluña. En una reacción típica de matar al padre, el hijo del falangista, el progenitor del ministro don Ernesto, se hizo de izquierdas y se afilió en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC). Pero al tiempo mantuvo una próspera carrera en la banca y la empresa, lo que le permitió formar parte de la burguesía de una izquierda caviar, en la que creció entre algodones el actual ministro.

Cada persona debe ser juzgada por sus propias acciones, no por las de sus ancestros. Tampoco se entiende el prejuicio maniqueo que lleva a sostener que si un antepasado luchó en el bando republicano es un héroe venerable, pero si lo hizo en el de enfrente es un malvado cuya memoria debe ser arrumbada en el baúl del oprobio. El ministro Ernest –o Ernesto, como lo llamaría su abuelo– es víctima de esa forma emponzoñada de memoria. El ramalazo antiespañol que impregna toda su acción atiende a que se avergüenza del pasado de su familia, lo cual no tiene sentido. De lo que sí debería avergonzarse de la manera más profunda es de defender en pleno siglo XXI la espantosa narcodictadura socialista de Nicolás Maduro.

¿Cómo podemos admitir los españoles a un tipo así en el Ministerio de Cultura? Pues porque ya tragamos con todo.

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