Draghi propone pasar la resaca con más güisqui
Europa está secuestrada por burócratas ansiosos de poder y de dinero: la solución no es reforzarles, sino despedirles
Me duele este titular. De la patulea de dirigentes europeos que llevamos lustros padeciendo, todos ellos blandengues, derrochones e inútiles, Mario Draghi ha sido el más parecido a un hombre cabal, con criterio propio, audaz y con un análisis de la realidad alejado de las tradicionales consignas, mantras e intereses de Bruselas, los mismos que los de la práctica totalidades de los gobiernos y gobernantes de Europa.
Por eso es inconcebible que su propuesta estrella, lo que han venido a bautizar como Plan Marshall, sea salvar a Europa por el insoportable método de darle más dinero que nunca a los mismos políticos que hasta ahora lo han despilfarrado, con una mezcla de incompetencia y nepotismo sin precedentes.
Los 175.000 millones concedidos a Pedro Sánchez a través de los Fondos Next Generation, mitad en subvenciones, mitad en préstamos a devolver; solo han servido para sostener el inviable bienestar del Estado, financiar una industria política invasiva y ruinosa, consolidar un sistema clientelar de atracción del voto cautivo y arruinar a los pequeños inversores, al sector productivo secuestrado por el sindicalismo zángano de las Yolandas Díaz de turno, y a la clase media trabajadora.
Esa que, tras quedar al margen del reparto obsceno de canonjías descontroladas, tal y como denuncia el Tribunal de Cuentas Europeo, se ve obligada a pagar tres veces algo que no ha recibido y que no ha mejorado las cosas: con la mayor subida de impuestos que se recuerda, con una inflación disparatada y con unos tipos de interés descomunales, impuestos con la excusa de frenar la subida de los precios pero pergeñada para devolver lo más rápido posible las millonadas regaladas a manirrotos perversos como Sánchez.
¿Cómo va a ser la solución a la resaca del gasto público cuadruplicar cada año las remesas de güisqui? Liberar 850.000 millones cada año a políticos como el que padece España para que, desde su ignorancia y su clientelismo, cambien el modelo productivo europeo, equivale a encargarle la defensa de un país a un mono armado con una escopeta. Es poner a atender un bar al primero de sus dipsómanos.
Y alejará aún más la posibilidad de que Europa, y cada uno de sus miembros, encuentren su lugar en el mundo y a sus tradicionales valores de libertad, cultura y seguridad le añada uno, el de la prosperidad, que solo puede venir si se entiende de una santa vez que el futuro está en no frenar la creatividad, el empuje, el esfuerzo y la capacidad de la sociedad civil y de quienes la conforman, con las empresas en primer lugar en este sentido.
Los gobiernos no crean empleo y, en el mejor de los casos, no lo destruyen. La capacidad de generarlos nace del sector privado o no nace, más allá de los estrictamente necesarios para cubrir los servicios públicos indispensables, que son contados: sanidad, educación, hacienda, justicia, defensa y seguridad.
Todo lo demás es relleno del formidable parque temático político que arruina a un país, confisca su talento, se apropia del esfuerzo ajeno y envuelve en la bandera de «lo público» un atraco legalizado destinado a convertir en sheriff a los ladrones.
Draghi acierta en el diagnóstico como lo haría cualquiera con decencia intelectual y moral. Y desmonta la falacia europea, resumida en una infantil Agenda 2030 que transforma en política oficial el infantilismo buenista, entrega las armas a potencias liberticidas como China o Rusia, traslada el negocio que reparte prosperidad, el de las empresas, al ámbito político, que genera ruina; y aumenta hasta límites intolerables la intervención del poder, sacrificando en su altar fiscal, regulatorio y caciquil los valores que han hecho progresar a la humanidad, en nombre de apocalipsis diarios justificativos de un infame yugo político.
Pero yerra en la terapia, que ahonda de manera suicida en las mismas herramientas que han provocado este estropicio. No hay que gastar más con los Pedro Sánchez de turno repartiendo billetes a los amigos; sino reducir el gasto público y la presión fiscal confiscatoria, hacerle un ERE gigantesco a la industria política, expulsar a los parásitos del sistema, dejar de convertir la ley en una excusa para controlarlo todo y permitir que la capacidad del ser humano se desarrolle en un marco definido pero no castrante.
Draghi tiene razón al advertir que Europa tiene cirrosis, pero receta más vino para los mismos que han provocado la borrachera pendenciera, en lugar de apuntarlos a una terapia urgente de desintoxicación. Si se trata de salvar al Titanic, lo último que debe hacerse es rescatar al iceberg.