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VertebralMariona Gumpert

La opinión de Bardem

Debe de creer que todo el mundo es idiota y desalmado menos él

Actualizada 01:30

Soy de las que creen que con humor se lleva todo mejor, sobre todo si es negro. Cuando, al tener que dar malas noticias sobre mi salud, me preguntan si he consultado segundas opiniones me resulta gracioso responder «sí, además, de estar enferma me han dicho que soy bajita y tengo mal genio».

Esto de las opiniones es algo curioso. Se dice que son como los culos, todo el mundo tiene una. Pero también, como los culos, hay unas mejores que otras. Esto último sucede porque las fronteras entre episteme (conocimiento) y doxa (opinión) no suelen estar tan definidas como podríamos creer. No hay espacio para distintas tomas de postura cuando se trata de decir que el agua hierve a 100º, pero sí cuando nos enfrentamos a campos donde las variables son copiosas y la información es escasa o desbordante. La economía, medicina o meteorología son un gran ejemplo.

Debido a estas consideraciones, el empezar a escribir para una sección como ésta se me hizo extraño. Tampoco ayudó venir de hacer el doctorado en filosofía donde, para emitir una mínima sentencia, es preciso dominar a fondo un tema y exponer con minuciosidad todos los argumentos empleados. En un texto académico uno se cura en salud con expresiones como «en cierto modo» o «hasta cierto punto». Recuerdo haber compartido esta perplejidad con algún compañero: ¿cómo es posible que nos paguen por dar nuestra personalísima opinión en 500/800 palabras sobre los temas que nos apetezca? La mejor respuesta que me dieron fue que, si bien al principio puede resultar raro, más adelante uno se acostumbra a tal punto que sólo dice lo que piensa si le dan dinero a cambio. Mi paz mental ha mejorado de forma sustantiva desde que sigo esa máxima. Oír, ver y callar.

No pretendo con esto tirar piedras contra mi propio tejado profesional o sobre esta sección, más bien lo contrario. Cuando un medio selecciona a sus columnistas lo hace con determinados criterios, más allá de lo literario o formal. En todo caso, y lo más importante, es que al lector le queda claro que lo que se encuentra por aquí tiene un ánimo, tono e intención distintos al del resto del periódico. Escribir en Opinión es distinto a exponer a los alumnos cuáles son los argumentos clásicos a favor y en contra de la existencia de Dios. Ni el lector es discípulo mío ni yo le transmito un conocimiento concreto e inapelable. Me da tranquilidad pensar que quien me lea puede pensar «hoy no ha estado fina Mariona, mañana lo hará mejor» y aquí paz y después gloria. La opinología es un ámbito del periodismo muy concreto que tiene sus límites y normas, mientras el autor y sus lectores no lo olviden todo irá bien.

Y es ahora, después de escribir estas reflexiones, cuando me siento estúpida. Recuerdo los reparos que he tenido –que intento tener– a la hora de expresar mis opiniones, cómo trato de abordar el asunto con la responsabilidad que merece, para luego comprobar el desparpajo y contundencia con los que se toman otros el exponer las suyas. No hablo ahora de otros compañeros –Dios me libre– sino de gente como Bardem, que aprovechó hace unos días la concesión de un premio para denunciar lo que está sucediendo en Gaza.

Vaya por Dios. Un tema en el que procuro no meterme en absoluto porque implica dilemas filosóficos en los que no me he formado en profundidad; porque considero que mi conocimiento sobre Oriente Medio –y sobre geopolítica en general– es insuficiente para decir lo que pienso más allá de lamentar la muerte de civiles. Y resulta que Bardem, sólo por ser hábil en lo suyo, se permite soltar la suya como oráculo del desierto. Quizá cree el actor que a los demás no nos horrorizan las consecuencias del conflicto, que somos unos insensibles que contemplamos impertérritos el mal ajeno. No se le pasa por la cabeza que podamos asumir la complejidad del asunto, que no tiene soluciones fáciles ni mucho menos rápidas. Debe de creer que todo el mundo es idiota y desalmado menos él. Y ésa, señores míos, es la única forma en la que no debería de dar uno su opinión.

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