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El observadorFlorentino Portero

Un año después

Hay riesgo de que se extienda al conjunto de la región, aunque limitado. Todos los actores salen debilitados, aunque unos más que otros. Todavía desconocemos su final, pero todo apunta a que el Eje de Resistencia saldrá mal parado y que Israel continuará su deriva nacionalista

Actualizada 01:30

Tras la masiva destrucción, la pérdida de vidas humanas y el sufrimiento de tantos ¿en qué ha cambiado Oriente Medio un año después del brutal atentado protagonizado por Hamás en territorio israelí? Nos hallamos frente a una crisis que, a pesar de sus dimensiones catastróficas, no deja de ser un episodio más, sin duda lamentable, en la crisis de Oriente Medio, cuyo origen se remonta a la última década del siglo XIX. Desde entonces no se ha conocido la paz y no hay razones que nos ayuden a confiar en que ésta arraigue pronto en la región.

La agresión estaba planificada con mucha antelación y era parte de la estrategia de desgaste ejecutada por el Eje de Resistencia, liderado por Irán y secundado por organizaciones islamistas suníes y chiíes. Buscaba una respuesta contundente de Israel, como la ocurrida, que supusiera la destrucción de Gaza y un alto número de víctimas civiles. Su conversión en escudos humanos era garantía de que así ocurriría, como la prolongación del conflicto al esconderse los militantes en los cientos de kilómetros de túneles excavados bajo sus ciudades. En la medida en que el conflicto se prolongara la calle árabe se solidarizaría con la población gazatí, cuestionado los vínculos de seguridad establecidos entre sus gobiernos e Israel precisamente para hacer frente a la amenaza iraní. Del mismo modo la opinión pública occidental consideraría desproporcionada la respuesta israelí, exigiendo medidas destinadas a limitar las acciones militares, en beneficio de las milicias de Hamás. La captura de más de doscientos rehenes sería utilizada para chantajear a las autoridades de Jerusalén, exigiendo la detención de las hostilidades a cambio de su devolución, dicho en otras palabras, la rendición de Israel. De no hacerlo arreciarían las críticas contra el gobierno por no anteponer la recuperación de los secuestrados.

Para los islamistas, y no sólo para ellos, Israel es una imposición imperialista de Occidente, un resto colonial que supone una humillación para el islam y para el mundo árabe. Sólo contemplan su desaparición. Son conscientes de que no pueden lograrlo por medios convencionales, por lo que han optado por una estrategia asimétrica. Distintas milicias se suceden en el acoso, dejando atrás cualquier esperanza de llegar a un acuerdo sobre el establecimiento de un Estado palestino junto a Israel. La sociedad israelí, consciente de ello, ha abandonado ese objetivo, dando alas a formaciones nacionalistas y religiosas a ocupar todo el territorio. Con ello complican tanto su relación con el mundo árabe como con el bloque occidental. Es más, el fortalecimiento de esas corrientes aumenta la tensión entre la propia sociedad israelí, sin duda la mayor amenaza para su propio futuro.

Un año después el guion iraní se ha ejecutado, pero con una contundencia y una firmeza que puede haber sorprendido a sus diseñadores. Israel falló. Lo hizo en el plano estratégico al convencerse sin fundamento de que Hamás había optado por una política pacífica para consolidar su posición en Gaza. Y lo hizo en el táctico al despreciar las señales de un gran atentado inminente. A partir de entonces el Gobierno israelí entendió que no tenía otra opción que seguir el guion iraní, pero revirtiendo el resultado. Había que dañar significativamente las capacidades de la milicia de Hamás y no permitir que la organización islamista volviera a hacerse con el control de la Franja. No podían aceptar el chantaje en torno a los rehenes, por doloroso que fuera y por mucho que dividiera a la sociedad. El coste de la rendición sería aún mayor. Tenían que confiar en que los gobiernos árabes y Estados Unidos se mantuvieran a su lado a pesar de todo, como de hecho ocurrió. Los imanes fueron en gran medida controlados, por lo que las mezquitas no se convirtieron en polo de movilización. En Washington la tensión llegó a ser alta, pero predominó la visión estratégica.

Un año después Israel ha demostrado que supo aguantar el pulso y, sobre todo, que ha sabido revertirlo. Las acciones de inteligencia llevadas a cabo en el Líbano, Siria e Irán son un hito en la historia de la guerra. Sin duda una humillación para el conjunto del Eje de Resistencia y la quiebra de la estrategia de desgaste diseñada desde Teherán. Tras el destrozo de la milicia de Hamás le ha llegado el turno a Hizbolá y está por ver la represalia pendiente a Irán. Israel ha recuperado su autoridad y prestigio entre las elites árabes y estadounidenses. Ahora controla la iniciativa y ha colocado a la defensiva a quienes le hostigaban. Tanto Hamás como Hizbolá tardarán mucho tiempo en recomponerse y para entonces habrán perdido control territorial e influencia política. ¿Hasta dónde llegará la penetración de Israel en territorio libanés? La experiencia histórica aconseja moderación, dejando a su aviación las acciones más avanzadas.

Por brutal que nos parezca todo lo que venimos viendo desde hace un año no deja de ser un capítulo más de un conflicto que se mantiene en el tiempo, aunque las circunstancias y los actores cambien. Hay riesgo de que se extienda al conjunto de la región, aunque limitado. Todos los actores salen debilitados, aunque unos más que otros. Todavía desconocemos su final, pero todo apunta a que el Eje de Resistencia saldrá mal parado y que Israel continuará su deriva nacionalista, con una sociedad más dividida y sin un proyecto viable de futuro. De nuevo Estados Unidos tiene la oportunidad de orquestar un nuevo equilibrio que bloquee el auge de los radicalismos. Veremos si está a la altura de los acontecimientos.

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