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El observadorFlorentino Portero

En la recta final

La conclusión más probable es que Estados Unidos tiene un grave problema. A la evidencia del enfrentamiento entre los ciudadanos se suma la ineptitud de los candidatos

Actualizada 01:30

Hay pueblos que destacan en algunas habilidades. Creo que no se puede cuestionar la maestría de los estadounidenses en el marketing, la logística y, sobre todo, en el mundo del espectáculo. Han convertido sus elecciones en un espectáculo que el resto del mundo sigue con curiosidad y perplejidad. Llevamos meses asistiendo a un largo proceso en el que hemos podido constatar que la sociedad norteamericana está más enfrentada que dividida.

Los republicanos han optado por el expresidente Trump, aunque tres de cada diez han manifestado su rechazo. No es que les gustara más su rival. Es que su rival representaba una política y una forma de concebir la política distinta. Trump abandera la opción nacionalista y antiglobalizadora, la crítica a las elites y la defensa de los valores tradicionales. Moviliza a sus fieles tanto como genera rechazo en el resto, incluido el votante de centro. Es un candidato que representa excepcionalmente bien lo que siente una parte de la sociedad norteamericana, pero es un mal candidato.

Los demócratas optaron, no les cabía otro remedio, por arropar al presidente Biden, un hombre mayor, que no se encontraba ya en condiciones óptimas, pero capaz de atraer el voto de centro. No hubo propiamente primarias, pero tras el primer debate resultó evidente que la estrategia había fracasado. Era necesario reemplazarlo, de prisa y corriendo, saltándose todo el procedimiento democrático. No había tiempo para primarias ni para disputas. Había que unir al partido en torno a la única candidata que tenía legitimidad para sucederle: la vicepresidenta Harris. Los jefes del partido gestionaron la situación de la mejor manera posible. La convención del partido fue un éxito y sus votantes recuperaron la ilusión y el optimismo. Sin embargo, Harris no era la mejor opción. Meses antes, cuando todavía se daba por descontado que Biden se enfrentaría a Trump, se especulaba entre las filas demócratas con la posibilidad de reforzar la candidatura con otra persona. Dada la edad del presidente, el riesgo de tener que reemplazarlo durante la legislatura era alto y Harris no era la persona adecuada. Como político es mediocre. En el plano ideológico está mucho más sesgada a la izquierda y es prototipo de la cultura woke que muchos americanos rechazan. Harris es una mala candidata.

Esta noche se verán las caras. La conclusión más probable es que Estados Unidos tiene un grave problema. A la evidencia del enfrentamiento entre los ciudadanos se suma la ineptitud de los candidatos. Los medios de comunicación nos asaltarán con sondeos y valoraciones. Lo importante es tener presente que al presidente no le eligen los ciudadanos, sino los estados, a través de sus delegados. En torno a cuarenta estados ya han votado de hecho, pues tenemos certeza de quién ganará en cada uno de ellos. Lo que está en juego es movilizar a los propios y, sobre todo, conquistar a los indecisos en los pocos estados en disputa. Da igual quién gane el debate o quién consiga más votos en noviembre. La partida se juega en esos pocos estados y entre sectores muy concretos de la población.

Los europeos tenemos razones para seguir con preocupación la campaña electoral. En general se desea que gane Harris, en la idea de que continuará la política seguida por Biden. Aparentemente, los demócratas son más internacionalistas que los republicanos, más dispuestos a mantener la Alianza Atlántica y el compromiso de ayudar a Ucrania ante la invasión rusa. Todo eso supone la expectativa de más tiempo para que Europa se pueda adaptar a unas nuevas circunstancias. Es lo que oíamos hace cuatro años cuando Biden se enfrentó a Trump. Tanto en Bruselas como en las cancillerías europeas se ha asumido que estamos en «otra época» y que las relaciones con Estados Unidos no volverán a ser como antes. Europa tiene que dotarse de los medios institucionales para hablar con una sola voz. La pregunta inevitable es ¿Hemos aprovechado estos cuatro años para avanzar en esa dirección? ¿Estamos mejor preparados para ejercer una acción exterior común? Personalmente no lo creo. Hoy los europeos estamos más divididos que hace cuatro años sobre casi cualquier aspecto relevante de la vida política. Quizás lo que necesitamos es una crisis, un momento darwiniano que nos obligue a salir del ensueño postmoderno en que nos encontramos. Quizás lo mejor que nos puede ocurrir es que gane Trump.

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