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El observadorFlorentino Portero

¿Cómo es posible?

Rodríguez Zapatero inició el giro anticonstitucional y continúa jugando un papel importante en la definición de la acción exterior española, con la clarividencia a la que nos tiene acostumbrados

Actualizada 01:30

Me lo preguntan una y otra vez ¿Cómo es posible que la dimensión exterior de España haya llegado a tal grado de deterioro? Los ejemplos se suceden. El presidente Sánchez rindió la causa saharaui ante el Sultán sin consultarlo con el Gobierno, con el Ministerio de Asuntos Exteriores o con el Congreso, como si de una finca particular se tratara ¿Por qué? ¿Qué sabían de él en Rabat para aceptar tamaña humillación?

El esperpento de apoyar a la organización terrorista e islamista Hamás, instrumental de los intereses iraníes en la región, en su guerra con Israel dejó perplejos a propios y extraños ¿Qué necesidad había de hacer tamaña barbaridad? Lo único seguro es que superada la campaña electoral para elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo el tema quedó arrumbado. Los gazatíes ya habían cumplido su misión en la historia alterando el debate electoral, evitando con su intrusión tratar los temas que correspondían a la agenda de ese parlamento.

Superado en Bruselas el giro islamista del Gobierno español, confundiendo la causa nacional palestina con la agenda islamista, llega el susto por la quiebra del consenso sobre la política hacia China. Frente a las posiciones mantenidas por nuestra diplomacia en Bruselas, en el marco de la ortodoxia continental sobre cómo entenderse con China tras calificar su comportamiento como «reto sistémico», nuestro presidente ha proclamado durante su visita a aquel país la necesidad de revisar la postura de la Unión en beneficio de la gran potencia asiática ¿Por qué?

En todo momento nuestras estrambóticas relaciones con la narco-dictadura bolivariana de Venezuela son causa de desconcierto entre nuestros conciudadanos. La diplomacia está para defender los intereses nacionales en la escena internacional. Cuantos más temas nos separen de un gobierno más necesaria será la presencia de nuestra representación. Para hablar con los amigos ya está el teléfono. No es discutible que debamos estar en Caracas, pero con la prudencia y la inteligencia que da el oficio. Nuestra proximidad con ese régimen es imprudente y estúpida. Jugar a parte entre sus facciones es de una imprudencia temeraria. Vincular a España con la deriva bolivariana y con los intereses del crimen organizado es de una gravedad extraordinaria. Esa gente sabe más que nuestros diputados y magistrados de los viajes injustificados de los falcon y del destino de los equipajes, entre otros temas, y administrarán esa información como les convenga en cada momento.

Si hemos llegado hasta aquí es porque el consenso de 1978 se ha roto, porque el partido socialista lo ha abandonado en pos de un cambio de régimen que afecta a la organización territorial del Estado, a la comprensión del Estado de derecho y al respeto de los derechos fundamentales del ciudadano. La política exterior es siempre una expresión de la interior. No son ámbitos autónomos, porque sólo hay una política. Por eso tiene toda la razón mi admirado Ignacio Sánchez Cámara cuando vincula la acción exterior con «la patología política nacional». Es un error focalizar la crítica en el ministro Albares. Ojalá ese fuese todo el problema. Si criticables son sus declaraciones más aún es su dejación. Ha permitido que su ministerio quede fuera del proceso de toma de decisión. Ni los funcionarios ni los ministros cuentan. Sólo una camarilla en torno a la Moncloa, donde la profesionalidad y la defensa de los intereses nacionales no tienen cabida. En su lugar priman los prejuicios ideológicos y los negocios particulares.

Rodríguez Zapatero inició el giro anticonstitucional y continúa jugando un papel importante en la definición de la acción exterior española, con la clarividencia a la que nos tiene acostumbrados. Tras él antiguos altos cargos, fontaneros sin experiencia internacional y los lobbies y despachos habituales. El daño que se está haciendo a la imagen internacional de España es sólo comparable al que se está infligiendo a nuestra propia convivencia.

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