Todo ocurre por algo
El PSOE está a dos telediarios de decirnos, con aire triunfal, que no es cierto que los sueldos no den para comer; lo que no dan es para cenar. ¿Y quién quiere cenar en la era del ayuno intermitente? El Gobierno de España vela por nuestra salud
Cuando sucede alguna contrariedad suele esgrimirse, a modo de consuelo, un «todo ocurre por algo». Es un sintagma escurridizo que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. En personas no creyentes no deja de ser una reminiscencia de aquello de confiar en los caminos inescrutables del Señor. Es curioso que se retome, desacralizada, la expresión; quien recurre a ella por medio de la fe no deja de saber que muchas de las explicaciones no pertenecen a este mundo. Que justo las contrariedades ponen a prueba nuestra fe, más que suponer esta un consuelo. En general hay mucha idealización de lo que supone ser cristiano para aquel que no conoce bien a Dios.
Lo que es curioso del empleo de la frase de marras es la irresponsabilidad que, en el fondo, en algunas ocasiones implica. O, dicho de otra manera, nos olvidamos con frecuencia de que el sintagma completo debería formularse de la siguiente forma: «todo pasa por algo. En tu caso, por idiota». A estas alturas de la política española me pregunto si resulta legítimo trasladar la ecuación a la ciudadanía: ¿todo lo que nos sucede es por ser un hatajo de necios, tontos, imbéciles, mentecatos, zopencos, cabezas huecas, tarugos, zoquetes, majaderos, torpes y lerdos? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? ¿Líderes pusilánimes o corruptos son la causa de una ciudadanía hastiada y anestesiada? ¿O una ciudadanía mediocre obtiene, sin mayor misterio, los líderes que se merece?
Es posible que esto suene en exceso dramático, pero creo que no soy la única que lleva preguntándose al menos cuatro años largos cuántos atropellos y desmanes más tienen que suceder para que caiga un gobierno como el que nos aflige. Podría uno pensar que Manolo Pérez y María García no tienen por qué estar al tanto de detalles en apariencia técnicos que son los que acaban con un sistema garantista. Pero sí es cierto que, hasta lo que yo sé, todos los Manolos y todas las Marías de España adquieren alimentos, pagan impuestos, alquileres o hipotecas. El gobierno presume del crecimiento económico, ocultando que es fruto del gasto público; escondiendo que, en lo que al ciudadano de a pie concierne, el PIB no está como para tirar cohetes. No hace falta siquiera saber qué es el PIB, basta con elaborar un presupuesto familiar. El PSOE está a dos telediarios de decirnos, con aire triunfal, que no es cierto que los sueldos no den para comer; lo que no dan es para cenar. ¿Y quién quiere cenar en la era del ayuno intermitente? El Gobierno de España vela por nuestra salud.
Desde hace un par de semanas se empieza a mover algo: ¡por fin la calle despierta! Ah, no, que son los oligofrénicos de siempre que creen que el mercado del alquiler se volverá más asequible con fustigar al malvado propietario. ¿En algún momento saldremos de la retórica Disney en la que todo se resuelve al eliminar al malo malísimo de la ecuación? Ahora bien, este tipo de planteamientos no es nuevo. Populismo —en un mal sentido de la palabra—siempre ha habido, al igual que siempre habrá gente con pocas luces. La pregunta es, ¿Cómo de mal tiene que estar la mentalidad de una nación entera como para que la oposición no gane por goleada? Siento como si viviéramos en un continuo España-Malta en el que nos hemos quedado atascados en el primer gol de los isleños.
Y, de nuevo, la pregunta ¿nos ocurre por idiotas? ¿Idiotas los partidos o los ciudadanos que les votan? Como no-votante del PSOE y todo lo que se arrastra a su izquierda no me siento en absoluto culpable. Ni idiota, por supuesto. Sí me sentiría bastante frustrada si fuera asesora del Partido Popular, con sus idas, venidas e indefiniciones varias. Lo tienen todo para arrasar en las encuestas, para una remontada épica, pero no es lo que nos dicen los sondeos. Definitivamente, todo pasa por algo. Decida el lector por qué.