El final de Sánchez
Cuanto más tarde en irse, mayor será la victoria de la oposición. Cuanto más tarde en irse, peor será el escenario para ello
Más de media España clama por el final de la etapa de Sánchez al frente del Gobierno. Sus votantes clásicos viven instalados en la duda. Saben que Sánchez no responde al ideario de un partido socialdemócrata, pero no quieren que gobierne la derecha. Los que no sufren dudas son los aliados antiespañoles que le acompañan: Bildu, PNV, Esquerra, Junts y el BNG, apenas millón y medio de votos. Ellos no creen en España y nadie mejor que Sánchez para destruirla desde dentro. Su última miseria es la de «ayuda por presupuestos». No se puede ser más mezquino.
Pero Sánchez no se irá por mucho que lo deseen millones de españoles y por multitudinarias que sean las muestras de repulsa contra él. Sánchez no cree en la democracia, de hecho, gobierna sin haber ganado las elecciones.
Como no cree en casi nada, salvo en su propia biografía, se va a mantener contra viento y marea. Si logra aprobar los presupuestos, asentará sus reales en la poltrona de la Moncloa hasta el 2027, toda vez que prorrogará las cuentas del 2025 y tirará hasta la próxima convocatoria. Sánchez, en realidad, se ha servido de la democracia para actuar como un auténtico autócrata, eso sí, un poco cobarde, pero autócrata al fin y al cabo.
Sánchez se equivoca. Cuanto más dilate su salida, peor va a ser. Cada mes que pasa, su figura se deteriora más. Desconocíamos su vertiente temerosa —en cuanto al físico se refiere—, ahora ya sabemos que es un hombre asustadizo y receloso. ¿Qué nos va a deparar el personaje en los próximos meses? Lo ignoro, pero estoy seguro de que iremos conociendo nuevas entregas de su comportamiento que irán menguando su prestigio y la escasa legitimidad que le acompaña. Es un hombre timorato y entregado con Bildu o Esquerra y gallardo con quienes defendemos la democracia y todas sus singularidades —incluido el papel de la oposición, el de la división de poderes, el contrapeso fundamental de la Justicia— y, sobre todo, es un hombre turbado por la libertad de prensa que tanto le gustaría erradicar. Esos son los molinos a los que se enfrenta, cual Quijote desquiciado.
Todos los días me encuentro a amigos, a conocidos o a ciudadanos anónimos que me preguntan «¿cuándo se va Sánchez?». Es la pregunta más recurrente entre los españoles. No me lo vuelvan a peguntar, si lo supiese se lo diría, pero Sánchez no tiene la dignidad democrática de distinguir el momento exacto de su marcha. Cuanto más tarde en irse, mayor será la victoria de la oposición. Cuanto más tarde en irse, peor será el escenario para ello.