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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Goytisolo y los abusos sexuales a su nieta

¿Cuántos casos parecidos al de Errejón lleva silenciando la izquierda desde hace décadas?

Actualizada 01:30

Hace más de un año una cineasta francesa estrenó un docudrama muy bien recibido en Cannes y muy ignorado en España, pese a que incluía un pasaje del mayor interés nacional. Mona Achache narra en su película, 'Little girl blue', la historia de tres generaciones de su familia, todas objeto de abusos sexuales: su abuela, pionera en la triste saga, su propia madre, que se suicidó, y ella misma.

Aunque su madre es el centro del relato, narrado por la espléndida Marion Cotillard, el pasaje dedicado a ella es el que nos interesa: sin un afán especialmente vengativo, cuenta cómo muchas noches de verano, en la casa de su abuelastro en Marrakech, un hombre entraba en su alcoba y la forzaba sexualmente.

Ella era menor, su agresor era un marroquí al que bautiza como Amir y su abuelo era Juan Goytisolo, que a la tropelía de consentir esas agresiones, de su pareja y en su propia casa, le añadió la de pedirle a su nieta que no contara ni denunciara nada.

La historia nos ha llegado a través de El País, en sus páginas de Cultura dominical, algo escondida y con la sensación de que se publicó hace unos días, atropelladamente, al calor de la polémica con Íñigo Errejón y de los silencios cómplices que probablemente facilitaron sus andanzas, crecientes en número y gravedad: ya se anuncia una denuncia conjunta de quince víctimas.

Es como si el periódico se dijera a sí mismo, en línea con la gestión de Sumar y Más Madrid, que mejor era contarlo antes de que lo contara otro y se preguntara, acaso, por qué el BOE de la progresía burguesa había albergado durante tantos años a semejante personaje o, al menos, por qué se había ahorrado contar esta triste historia ahora, pese a que le constaba desde 2023.

El contraste entre el discurso hiperventilado habitual de cierta izquierda, que exacerba causas para expulsar de ellas consensos preexistentes y hacerlas inalcanzables a todos aquellos que no se incluyan en su cuadra ideológica, y su reacción ante hechos concretos, con nombres y apellidos y personas de carne hueso, es formidable.

Los mismos que han legislado penalmente contra el piropo, que es una grosería, pero no un delito, arguyen que no le dieron importancia a un masaje en los glúteos de Errejón a una dama y que, además, promovieron a continuación a un farlopero desatado al puesto de portavoz parlamentario.

Y los mismos que, como Goytisolo, se sirvieron del atril del Premio Cervantes, promovido como todos los galardones de España por una élite sectaria que honra a Almodóvar pero desprecia a Garci, para pontificar contra la pobreza infantil, toleran y esconden abusos a niños de su propia familia.

Pocos iconos modernos han sido más violentamente homófobos que el Che Guevara, más maltratadores que Picasso, más menoreros y depravados que Neruda, Sartre o ahora Evo Morales, todos ellos marcados por un ofensivo antagonismo entre la solemnidad excluyente de sus homilías y la naturaleza abyecta de sus comportamientos personales.

Pero pocos, también, han encontrado un escenario de impunidad semejante mientras perpetraban sus abusos, un reconocimiento público blanqueador en vida y una leyenda exaltadora a su muerte para camuflar que su lugar en la eternidad debe ser el infierno, el mismo destino que les aguarda a sus hipócritas cómplices.

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