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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Un presidente fallido

España no es un Estado fallido: padece un presidente y un gobierno fallidos, que es distinto

Actualizada 01:30

España no es un Estado fallido, aunque a menudo se comporte como tal y todos caigamos en esa nostalgia. Pero sí tiene un presidente fallido con un Gobierno fallido que se resume en una imagen dantesca: la única persona evacuada a tiempo en Valencia ha sido, en una semana trágica donde se nos han visto todas las vergüenzas, Pedro Sánchez, con sus mocasines intactos de barro y su sentido de la vergüenza maltrecho.

Pero no hay que confundirse. España tiene una espléndida arquitectura legal, una fornida Administración Pública en tres niveles, unos recursos e infraestructuras sobresalientes, una preparación técnica puntera en sus Fuerzas Armadas, Cuerpos de Seguridad y demás rincones del Estado donde se pueden planificar y desarrollar sus servicios públicos y reaccionar antes y después de una emergencia, sea sanitaria, terrorista o meteorológica, con rapidez y eficacia.

No falla España, fallan quienes la dirigen y a quienes ponen a dirigir de ellos para abajo, primando la cercanía personal y la lealtad ideológica a la solvencia profesional y, en situaciones extremas, la simple decencia de decir y hacer lo correcto, sin pensar en las consecuencias para su patrocinador.

Sánchez es un presidente fallido porque conculcó su primera obligación para alcanzar la Presidencia, que es no debérsela a quienes solo se la dan a cambio de su ayuda para desmembrar España. Y desde ese instante, todo ha sido una huida hacia adelante con el único objetivo de borrar la huella de su crimen germinal.

Y para lograrlo, ha poblado el Estado de lacayos a su servicio, capaces de esconder o cometer la peor fechoría para no dejar rastro de nada: uno en el Tribunal Constitucional, otro en el Instituto Nacional de Estadística, uno más en el CIS, otro en RTVE y así ad infinitum en cada uno de los destinos que, bien ocupados, conforman un Estado hegemónico frente al partido, que es la vacuna contra el autoritarismo.

Esa deriva del presidente fallido ha encontrado en la catástrofe de Valencia el clímax, como ocurre con los ludópatas: al no jugar para ganar, sino para vivir, siempre acaban en la ruina y destrozados por sus propias trampas y mentiras previas.

Claro que Sánchez pudo actuar antes y después de la DANA, del COVID, de la sumisión a Puigdemont, de la rendición ante ETA y de cada episodio de una lamentable Odisea en la que él se disfraza de Ulises, pero es el Polifemo rudo y con un ojo que malvive de okupa en un islote cutre.

Que un presidente tenga que ser desalojado del lugar donde más falta hace es una cruel, pero impagable biografía de sí mismo: un presidente fallido que se ha construido un búnker patético asaltando el Estado, llenándolo de mercenarios y fabricando propaganda barata a cada paso para disimular su triste realidad y ver hasta dónde aguanta, al precio que sea.

De momento, al de tratar a cientos de miles de valencianos como mercancía en otra de sus chuscas batallas políticas por fugarse de sí mismo y simular que sabe lo que hace y quién es. Lo cual demuestra que no solo es un presidente fallido, también es un hombre de pega.

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