El franquista de Hamelín
Sánchez, codicioso, mentiroso y vengativo, reencarna a aquel flautista. Sustituyamos flautista por franquista y Hamelín por España. A Sánchez le conviene esgrimir el comodín de Franco, muerto cuando él tenía tres años
Hamelín, pueblo alemán de la Baja Sajonia, es conocido por la leyenda del flautista que los hermanos Grimm convirtieron en cuento popular. Un extraño personaje se presentó en Hamelín durante una plaga de ratas, tocó su flauta y, entontecidas por su melodía, miles de ratas le siguieron cayendo al río Weser donde se ahogaron. La leyenda de la Edad Media, y luego el cuento, encerraban un mensaje sobre la codicia, la mentira, y la venganza.
Sánchez, codicioso, mentiroso y vengativo, reencarna a aquel flautista. Sustituyamos flautista por franquista y Hamelín por España. A Sánchez le conviene esgrimir el comodín de Franco, muerto cuando él tenía tres años. No puede decirse que luchase contra el franquismo ni su familia tampoco. Estudió en una universidad privada y elitista y se doctoró, con trampa, en otra similar. Entró en política de rebote, llegó al Congreso como sustituto, quiso trampear votos hacia la dirección de su partido y, como resistente, repitió liderazgo apoyado por quienes, en algunos casos, luego traicionó. Desde entonces su obsesión es permanecer en Moncloa a cualquier precio.
Otra identificación suya con el flautista del cuento es su capacidad para movilizar ratas. Ante la melodía de su flauta se convocan personajillos de variado pelaje a quienes ha hecho ministros valorándolos sólo por la entrega a su persona. Nunca ha habido gobiernos más mediocres ni políticos empingorotados con menos valores. Pero tampoco más fieles a la voz del «puto amo» (Puente dixit). No le importan los problemas reales de los españoles y vive la tensión del náufrago: saca la cabeza de las aguas procelosas, aunque tenga que arrastrar al fondo del mar a cualquiera que suponga un riesgo para su salvación.
Ahora Sánchez resucita nuevamente a Franco después de exhumarlo. Si se recuerda a ETA –ochocientos asesinatos, trescientos de ellos sin resolver, la mayoría ya en democracia– se insiste en que el problema de ETA acabó hace años. El último atentado etarra fue el 16 de marzo de 2010 en Francia; mató a un policía francés. En España el último asesinato se produjo el 30 de julio de 2009: una bomba lapa mató a dos guardias civiles. Pero Franco parece más cercano, un problema inacabado. Murió en la cama hace cincuenta años, con colas interminables ante su cadáver, y parece estar ahí, protagonizando campañas ideológicas a beneficio del sanchismo que le utiliza como cortina de humo para que no se hable de sus corrupciones, sus errores y, en definitiva, de su mediocridad e ineficacia. Todo es bueno para intentar cambiar el relato,
Zapatero recuperó el guerracivilismo dividiendo a los españoles, y Sánchez alzó un muro entre las viejas dos Españas. Habíamos conseguido reconciliarnos con la ejemplar Transición, un ejemplo de buen juicio político y ciudadano para el mundo, pero, sólo por cálculos ideológicos, el enfrentamiento ha reaparecido. El Rey acaba de referirse en Roma a la Transición con justo elogio, mientras Sánchez y sus socios la manipulan y la niegan. Las ratas se han movilizado tras nuestro franquista de Hamelín, ignorando, como las ratas de la leyenda, que acabarán en una trampa letal.
Utilizar el franquismo y la Guerra Civil como relato no sólo es una trampa; es una traición a los españoles reconciliados. La Guerra Civil, buscada reiteradamente por la izquierda radical de la época, y ahí están los discursos y declaraciones de Largo Caballero, al que le encantaba que le llamasen el Lenin español, siguiendo al genuino Lenin que declaró que España sería la segunda República Soviética de Europa. Fue un enorme fracaso del pueblo español en su conjunto, pero impidió que esa previsión leninista se cumpliese. Por eso Churchill, nada sospechoso de franquismo, reconoce en sus Memorias que supuso un dique ante la expansión comunista en Europa. Precisamente uno de los errores que condujeron al fracaso de la Segunda República fue el deslizamiento cada vez más contundente del socialismo hacia el comunismo. Ese error lo está repitiendo hoy Sánchez con el giro al sanchismo.
El PSOE hizo poco o nada contra el franquismo mientras vivió Franco. Era la queja del PCE. La democracia la trajeron a España franquistas renovados, dirigidos por el Rey Juan Carlos, con Suárez como ariete y Fernández Miranda como autor intelectual de aquel paso «de le ley a la ley». La muerte de Franco supuso el final de una biografía. Para la llegada de la libertad faltaban pasos: la dimisión de Arias Navarro, las primeras elecciones democráticas y la respuesta ciudadana en la aprobación de la Constitución. Lo entendieron personajes del exilio como Carrillo y jóvenes líderes del interior como González, una izquierda conectada con la realidad. Desde ahí se ahormó la Transición. Negarlo supondría ignorancia.
Cincuenta años después Sánchez va más allá de rememorar la muerte de un personaje ya histórico. Trata de ningunear la Constitución y la Monarquía presentando al Rey Juan Carlos no como quien trajo la democracia sino sólo como el sucesor propuesto por Franco. Olvida –o Sánchez nunca las conoció– las confidencias de Franco a Vernon Walters, que fue jefe de la CIA y embajador estadounidense, en las que le aseguró que después de su muerte habría democracia en España y descartó una guerra civil porque confiaba en algo que él creó: la clase media. Pero Sánchez camina hacia atrás, hacia la autocracia. Ya dijo que podría gobernar sin parlamento y ataca a la oposición siendo, más que jefe de un gobierno, jefe de la oposición de la oposición. Sólo se sienten cómodas, y fugazmente, las ratas.