Las trampas de Fu Manchú
El padre Ángel aplaudiendo cerca del bien pagado Pepe Álvarez, menuda imagen. Asistimos a la glorificación de Chaves, Griñán y Magdalena Álvarez, condenados por el Supremo y exonerados por el amiguete Conde-Pumpido, actuando impropiamente el Constitucional como tribunal de casación
En el cónclave socialista de Sevilla, convocado con más trampas que Fu Manchú para entronizar a Sánchez como pontífice laico, no hubo sorpresas. Fu Manchú, que acaso los jóvenes de hoy desconozcan, es un villano chino creado por el escritor inglés Sax Rohmer, uno de los personajes malos malísimos de la literatura policiaca de su época. «De alta estatura, delgado, de miembros recios, felino en sus actitudes, y un rostro de expresión verdaderamente satánica. Sus ojos tienen el fulgor de los ojos de la pantera». Así le describe su creador.
La palabra del villano era sagrada para los suyos, y no daba la cara, enviaba a sus secuaces a cometer crímenes por él. Una de sus obsesiones era acabar con los fascistas —era la época— pero no por ideología sino porque beneficiaba a sus planes. Rohmer vendió veinte millones de ejemplares de sus novelas de Fu Manchú y se hicieron numerosas películas sobre el personaje. En las primeras el protagonista fue Boris Karloff y en las últimas Christopher Lee. Su historia llega desde los años veinte del siglo pasado hasta bien entrado el XXI. La maldad, la fría estrategia caiga quien caiga, el desapego por la realidad y el culto sin freno a sí mismo, entre otras características, unen a Sánchez y al diabólico chino.
Ya en nuestro Fu Manchú, el cónclave socialista me movió alguna reflexión y me motivó alguna sorpresa. Me sorprendió reconocer en lugar destacado al padre Ángel, mi amigo, con su sempiterna bufanda roja. Está en todas las salsas, pero hay presencias que ni sus cercanos entenderán. El padre Ángel aplaudiendo cerca del bien pagado Pepe Álvarez, menuda imagen. Asistimos a la glorificación de Chaves, Griñán y Magdalena Álvarez, condenados por el Supremo y exonerados por el amiguete Conde-Pumpido, actuando impropiamente el Constitucional como tribunal de casación. Las mentiras en el discurso de Sánchez no me sorprendieron. Lo único que hace bien es mentir. Ni la situación de la economía española es como dijo, ni tenemos buena imagen en el mundo, ni sacó conejos de la chistera, porque anunciar una empresa pública de Vivienda no es nuevo; ya existía hace setenta años con Franco y construyó a tope. Nuevo cargo para un amiguete. Y existe ya un ministerio inútil. En las últimas elecciones y en las anteriores Sánchez prometió cientos de miles de viviendas y nunca más se supo.
De mi reflexión, que ya trataré en detalle, adelanto la necesidad de afrontar una reubicación de los espacios políticos. Debemos reconocer la ingenuidad —seamos bondadosos— de los ciudadanos. Su falta de información, y en general la mediocridad ambiente. Que a Sánchez le apoye para continuar en el mando el 90% de los convocados en Sevilla, en momentos de acoso a su partido por delitos claros, a sus más próximos colaboradores, y a sus familiares, con posibilidades de ser imputado él mismo, lo dice todo. Si unimos la falta de explicaciones por su parte, el círculo queda cerrado. Cuando él y su mujer repiten que todo se sabrá ¿por qué no empiezan por explicárnoslo ellos?
Si en la derecha continúan tirándose los trastos a la cabeza, Sánchez será el gran beneficiado. Un nuevo populismo crece en Europa. Gana elecciones en nuestro continente, pero no lo hará en solitario en España. La derecha centrada tampoco. Habrán de pactar. Los partidos socialistas han caído en grandes naciones, y el socialismo en España, convertido en sanchismo radical aliado en el Gobierno con comunistas, tampoco tiene recorrido más allá de los sueños de Sánchez, animado cuando se reúne con los suyos, pero que no puede salir a la calle sin que le abucheen.
Acaso haya que buscar el origen de esta situación en los errores de una derecha que, por complejos, quería hacerse perdonar ya en la Transición la victoria en la lejana guerra civil y sigue asumiendo esa falsa culpabilidad. El primer presidente del Gobierno, iniciador del camino hacia la democracia, había sido secretario general del Movimiento, y puede que el complejo empezase en él mismo. No se recuerda —se lee poco— que el líder político que antes de la guerra proclamó su deseo de que estallase, fue Largo Caballero, secretario general del PSOE. Entonces el socialismo se radicalizó deslizándose hacia el comunismo que le sedujo y se lo comió. Hemos viajado hacia atrás. En ningún país democrático serio hay gobiernos con comunistas. En España, sí. El socialismo se radicalizó y se lo debemos a Zapatero, el contador de nubes, y al egocéntrico Sánchez que ha cambiado tanto de posiciones que no resiste las hemerotecas y videotecas.
La cantinela de Sánchez es pasear el coco de la derecha y de la ultraderecha. Una ministra, de las tantas desconocidas que padecemos, proclamó que había que acabar con la derecha. Vaya con la demócrata. Y obviamente no pensaba en unas elecciones porque en las urnas no «se acaba con» sino que «se vence a». Cuando Sánchez pacta con la ultraderecha en España o en Europa, para él sus aliados dejan de ser ultras. Porque, en definitiva, los ultras son los socialistas. O se reubican los espacios y las estrategias y en la derecha dejan de mirarse el ombligo o Sánchez encontrará siempre aliados letales porque nunca recibirán más gratificación que con él. Si PP y Vox persiguen más restar votos al otro que ganar a Sánchez, mal irá. Supondría lo peor para España; acaso su desmembración.
Mientras la derecha actúa según las reglas democráticas, el sanchismo hace trampas. Que se lo pregunten a Lobato. Pero la derecha, buenecita y cumplidora. Y recibiendo insultos de la izquierda y de los ultras, por ejemplo, del PNV y de Junts. Fu Manchú resucitado, y esta vez no es chino,
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.