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GaleanaEdurne Uriarte

Sin la bandera nacional y en catalán

Esta peculiar cultura democrática en la que un presidente autonómico, Salvador Illa, se pasa la ley por el forro y desprecia a la mayoría ante la indiferencia general

Actualizada 01:30

No sé qué es más grave del discurso de Navidad de Salvador Illa, si el discurso en sí o la casi total indiferencia con la que ha sido recibido. Sin que nadie parezca preocuparse por esta normalización de la discriminación, la segregación y el nacionalismo étnico. Con la exclusión de la bandera nacional y únicamente en catalán, construido sobre la visión separatista y excluyente de los nacionalistas y negando la españolidad de los catalanes y su lengua española. Al modo del nacionalista más ultra y racista. Para esto ha quedado el socialismo.

Y todo ello con un discurso plagado de palabras como paz, diálogo, diversidad y fraternidad. Que es algo así como Pedro Sánchez hablando de la verdad. O Nicolás Maduro de democracia. O Putin de paz. Con una presentación negando todas esas palabras y atacando a esa gran mayoría de catalanes que se sienten españoles y que tienen como su idioma principal de comunicación el español. Sólo el 32% de los catalanes utiliza el catalán como lengua habitual, pero Illa prefirió pensar exclusivamente en ellos, no en esa gran mayoría que prefiere el español. Mucha «fraternidad», pero que sea muy nacionalista, mucha diversidad, pero eliminando una de las dos lenguas de los catalanes, y mucha paz y diálogo, pero siempre que aceptes eliminar la bandera nacional y te pliegues al separatismo.

Y que Illa usara exclusivamente el catalán en un discurso institucional como presidente de la Generalidad es un desprecio a la mayoría de habitantes de Cataluña, pero, al límite de las tragaderas de la tolerancia, hasta podría ser aceptado como un deseo de impulso de un idioma usado minoritariamente, pero que al menos es entendido por la gran mayoría. Pero la eliminación de la bandera nacional no solo es un grave ataque a los derechos y libertades de los catalanes, sino que es también un ataque a la unidad nacional y a las leyes. Porque incumple la Constitución, artículo cuarto del Título Preliminar, y, además, la ley de banderas, artículos cuarto y sexto, que establece la obligación de colocar la bandera nacional junto a la de la Comunidad Autónoma.

Pero en España vivimos en una peculiar cultura democrática donde el presidente de una Comunidad Autónoma puede pasarse la ley por el forro y despreciar a la mayoría de los ciudadanos, y no solo no pasa nada, sino que el presidente en cuestión es positivamente valorado por sus bellas palabras sobre la paz, la diversidad, el diálogo y la fraternidad. Lo que me lleva de nuevo a la teoría de las leyes fundamentales de la estupidez de Cipolla y el triunfo colectivo de la imbecilidad, con tantos y tantos agradecidos a esa cariñosa y amable manera con la que Illa se burla de la ley y humilla a los ciudadanos.

Pero también me lleva a esa inquietante pasividad ante la discriminación, el separatismo y el etnicismo impuestos desde el propio Gobierno autonómico. Como quien aplica la discriminación nacionalista es un socialista, ahora Cataluña está muy bien, mejor que cuando los que discriminaban e incumplían la ley eran los nacionalistas. El progresismo ha triunfado. Y el peligro, como nos recuerda Sánchez una y otra vez, es la «ultraderecha», como esa que reclama libertad, pluralismo y Estado de derecho en Cataluña. Qué provocadores.

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