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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La banda de los croquétez

Esta semana que termina ha resultado tan desagradable, áspera y amarga, que he decidido rescatar a la última banda organizada en España con merecimiento de nostalgia y homenaje

Actualizada 01:30

Esta semana que termina ha resultado tan desagradable, áspera y amarga, que he decidido rescatar a la última banda organizada en España con merecimiento de nostalgia y homenaje. Han desaparecido todos sus miembros. La jefa croquétez, peruana, que se plantaba en las presentaciones de mis libros, los de Mingote, los de Campmany, los de Federico Jiménez Losantos, los de Tip, y demás autores de su confianza, con un enorme bolso en el que acumulaba croquetas, gambas a la gabardina, salchichas con baicon y toda suerte de canapés, y sólo abandonaba el local cuando las viandas almacenadas alcanzaban el carel del bolso. La rubia, que regañaba a los camareros cuando éstos entraban en las cocinas con las bandejas vacías y tardaban más de la cuenta en retornar al salón con las bandejas llenas. —Son ustedes muy lentos reponiendo canapés, y así no vamos a ninguna parte. Destacaba el saludador oficial. Vestía un blazer azul, pantalones grises, camisa blanca y una corbata de colegio inglés. Siempre se ubicaba en el corro del ministro, porque los ministros no fallaban. Tuteaban a los miembros del Gobierno, les llamaban por su nombre de pila, y les ofrecían consejos. —Hay que ser más contundentes con los del entorno de la ETA, Jaime, que son tan peligrosos como los terroristas. Y Jaime Mayor, desde su educada y honda religiosidad, aceptaba el chorreo con pragmática compostura.

La presentación de un libro sin la presencia de los croquétez era sinónimo de fracaso. No compraban ningún ejemplar, pero al terminar las intervenciones, se lanzaban a la carrera con la boca llena de viandas por los tres o cuatro libros que se exhibían en la mesa presidencial. El día de la presentación de mi novela de Sotoancho, Las Canicas, las Cuquis y el Novio Tontito de Mamá, dos croquétez pugnaron por el último libro de la mesa, y llegaron a las manos. Aquel día, la banda de los croquétez se dividió en dos formaciones contrarias e irreconciliables. El saludador pasó de comer croquetas, beber copas de Rioja y elogiar al autor, a mantener su ritmo de consumo renunciando al elogio. A Mingote le llamaba «pintamonas»; a mí, «el señorito del pan pringado»; a Tip, «ayudante de Coll»; y a Antonio Ozores, «el de los destapes». Insistió en otras presentaciones con sus impertinencias y los responsables de la editorial le prohibieron el acceso al salón en los sucesivos actos, que eran muchos, porque trabajamos una barbaridad en aquellos tiempos. La rubia gorda, que consiguió hacerse con un libro gratis, se acercó para que se lo firmara Jaime Campmany. Creo que se trataba de El Jardín de las Víboras. —Don Jaime, tengo que ir a los servicios a orinar. Cuando vuelva quiero leer una dedicatoria larga y cariñosa. Y Jaime le escribió: «A Pilar, con afecto. Jaime Campmany». De vuelta, la croquétez leyó la dedicatoria y mostró su descontento. «Usted ha engordado mucho, don Jaime». Y fuése.

Pero los croquétez, los de los dos bandos, han desaparecido. Es cierto que las presentaciones de libros de hogaño nada tienen que ver con las de antaño. No hay sorpresas. Un libro de Fernando Vizcaíno Casa fue presentado por Tip, y no hizo mención alguna durante su alocución al libro que tenía que presentar. Trataba del posfranquismo y Tip habló de los árboles caducifolios. Se presentó en el gran salón del Hotel Meliá-Castilla con una caja de zapatos. —Se preguntarán ustedes, mis queridas criaturas, por el contendido de esta caja de zapatos. Son croquetas que me he traído de casa. Porque de no hacerlo, los croquétez se comerían todas las que me corresponden como presentador. Ovación cerrada y grandes carcajadas.

Eran, aproximadamente, veinte los croquétez con anterioridad a su escisión. Pero con cinco de ellos, cualquier presentación se consideraba un éxito.

A todos, sin excepción, rindo homenaje. Una banda de gorrones perfectamente organizada hasta que llegaron las hostilidades. Ya no me queda nadie. Federico y yo somos los últimos mantenedores de los croquétez. Antonio, Jaime, Ozores, Tip y los croquétez viven en el Misterio. De ahí que tengamos, al menos, una seguridad, una prueba irrefutable de la situación que se vive en los azules infinitos.

Que en el Cielo no hay croquetas. Llega san Pedro con las croquetas, se abalanzan los croquétez y aquí paz y después, gloria.

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