Todo listo
No felicito el año a nadie porque no hay nada que felicitar. Sólo la posibilidad de que, al fin, la Justicia se atreva a sobrevolar nuestra maltratada España y los que han hecho posible su desmoronamiento terminen declarando ante el juez
Todo preparado en mi casa para deplorar el trágico momento de despedir a un año de Sánchez y recibir a Sánchez en el año nuevo. Se trata de una celebración absurda. Pero tengo nietos, y les divierte el cambio del año. Cinco minutos antes de las 12, se apaga la televisión. Y reviso, con cuidado y respeto, las dos tapas de ollas que me servirán para que suenen las doce campanadas. Sin pedorros televisivos. El cambio de año en mi casa lo establezco yo, Mi Persona. Calculando más o menos la coincidencia horaria, tomo en cada mano por el asa la tapa izquierda y la derecha de las cacerolas, y cuando me lo recomienda mi caprichoso carácter, colisionando una con la otra, doy las doce campanadas. Con más espacio de tiempo entre una y otra para evitar ahogamientos por excesivo tráfico de uvas en la glotis. El año nuevo en mi casa tiene diez segundos menos que en el resto de los hogares españoles. Me creo más que Sánchez. El año termina cuando yo lo decido, y comienza cuando yo le doy permiso para empezar. Nada que celebrar.
Me cuentan que las cadenas de televisión han contratado a grandes personalidades, a líderes de la humanidad, para abrirnos las puertas del año 2025. Broncanos, Lalachuses, Chicotes, Pedroches, y demás intelectuales. Mis doce campanadas son más atractivas. El pasado año finalizaron cinco minutos más tarde que las oficiales. Me informan de que el año que viene, el 2026, las televisiones autonómicas no conectarán con la Puerta del Sol de Madrid y cada una recibirá el año en un reloj más políticamente diferenciado. Un avance de la mayor importancia. Una nación que asume el riesgo de ajustar las horas en diecinueve relojes, es como poco, un país distinto y rico en relojes. Este año, además, tenemos la suerte —todos los españoles—, de demostrar y regocijarnos con el ingenio popular inesperado. Por ejemplo, «feliz año 2025», y la respuesta, ágil y tronchante de «por el culo te la hinco». En mi casa está prohibido ese alarde de ingenio. Y cuando yo, Mi persona, decida que el año nuevo ha iniciado su camino, yo, Mi persona, se acostará y se despertará con las primeras luces del nuevo día, del nuevo año y de las nuevas calamidades.
Ya en la cama, trasladaré a mi familia la autorización para que conecten con el canal de televisión que más ordinarieces le sugieran, y dormiré. Como los angelitos.
La noche del 31 de diciembre es conocida por los cururúes del Amazonas y los gungus de Papúa y Nueva Guinea, como «la noche de los blancos tontos». Se dan casos escalofriantes. Familias numerosas, compartiendo las viandas de la Nochevieja con gorritos, matasuegras y lanzamientos de multicolores serpentinas. Habituales problemas intestinales causados por los mariscos congelados que no se han congelado correctamente. Riñas familiares. Tocamientos de los cuñados a las cuñadas y de las cuñadas a los cuñados. Fallecimiento inesperado del abuelo, en mi caso, Yo, Mi persona. Descontroles de ubicación. Multas en las carreteras a porrillo. No es noche para salir de casa. La Reina Isabel II de Inglaterra, a pesar de algún año horrible —denominado por ella de tal guisa—, jamás se cubrió con un gorrito y sopló un matasuegras, afianzando con ello la firmeza de la Corona. Isabel II de España, celebraba la llegada del año nuevo haciendo de locomotora en el baile del trenecito, al ritmo de la polka «El Ferrocarril», y terminó en el exilio de París. El destino de los hombres está en manos de auténticas tonterías.
No felicito el año a nadie porque no hay nada que felicitar. Sólo la posibilidad de que, al fin, la Justicia se atreva a sobrevolar nuestra maltratada España y los que han hecho posible su desmoronamiento terminen declarando, de verdad, ante el juez. Y será el momento de felicitarnos por el año nuevo, aunque caiga en marzo, junio o septiembre.
Mientras tanto, a guarecerse del chaparrón.
Qué nochecica.