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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La leche y la ofensa

De niño vi actuar en el Price a Pompoff y Teddy. No me hicieron nada de gracia y me situaron en un espacio de recelo a los payasos

Actualizada 01:30

He dormido mal. Me acosté con anterioridad a los programas de los payasos. No se equivoquen en la lectura. La voz «payaso» tiene sus acepciones nobles y dignas y, por el contrario, negativas y displicentes. De niño vi actuar en el Price a Pompoff y Teddy. No me hicieron nada de gracia y me situaron en un espacio de recelo a los payasos. Después, al cabo de los años, con mis hijos, veíamos por televisión a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito. Eran muy superiores, sobre todo Fofó y Miliki. Hubo un quinto payaso de la familia Aragón, que empezó de Milikito y terminó de Emilio Aragón, buenista y notable empresario que sacó todo el jugo posible que ofrece el fruto de la incoherencia. No obstante, los payasos, por culpa de Pompoff y Teddy, me producen recelos de cercanía. Con Miliki, don Miguel Aragón, coincidí en muchas ocasiones en el restaurante Nuevo Valentín de la calle de Concha Espina, la calle del Fondo Sur del Bernabéu las tardes de partido. Y era un señor. Por su aspecto podía ser un ingeniero de Minas o un comandante retirado de Iberia. No pretendía ser gracioso, y lo que le importaba de verdad era que Hugo Sánchez tuviera una buena tarde y le metiera tres goles al Barcelona. Agradabilísimo compañero de café prebalompédico. Su hijo era el coñazo de Médico de Familia, que tuvo un gran éxito en la televisión. Una familia muy pesada, muy buena, muy reflexiva y muy chocante. Pero es justo reconocer que muy rentable. Por ahí, ya jubilándose, trabajaba Charly Rivel, y todavía no habían aparecido los payasos proetarras, Pirritx y Porrotx, unos miserables. Pero concluyo con mi experiencia. Los payasos y el que escribe jamás experimentaron la sensación, descrita por Wodehouse, de sentir latir sus corazones al unísono.

Hoy he repasado lo que ayer no vi. Una mujer en estado de buena esperanza, disfrazada de leche materna. Al menos, eso dijo. Pezones de cristal, y un blanco intermitente de neblina blanca sobre piel morena. Está esperando un hijo, y eso es más importante que cualquier majadería de los modistas de su vestido. Tener un hijo se ha convertido en algo grandioso, y España está necesitada de niños. De esos niños que, antes de nacer, son asesinados en las clínicas especializadas, en los Auschwitz, Treblinka y Birkenau para sufrir la perversidad de su desaparición. Por ello, aunque grotesca, la chica de esa cadena de televisión que apareció vestida de leche materna en su principio de embarazo, merece más mi alegría por su decisión que mi repulsa por su ridículo.

No como la obesa. En la cadena de televisión que pagamos todos los contribuyentes, con amplia mayoría de creyentes, un ser de muy complicada descripción se mofó de una estampa del Sagrado Corazón. Sustituyó la imagen de Cristo por la de una vaca, como si la gente estuviera pendiente de averiguar sus parentescos. Se trató de una ofensa a millones de espectadores. Su valentía no le permitió la heroicidad de mofarse de Alá y Mahoma su profeta, porque sabe que los musulmanes no se andan con chiquitas con ese tipo de bromas. Pero de esa ofensa contra millones de españoles, la esférica mujer no tiene toda la culpa, sino los guionistas del programa y los directivos que aprobaron la realización de la impostura. Como si las autoras del guion hubieran sido Irene Montero, Yolanda Díaz, Pam, o cualquiera de las hermanas Serra.

De la leche a la ofensa nada puedo comentar por falta de información. Mal empezamos el año 2025, obligados a pagar involuntariamente un insulto chabacano y del peor gusto al Sagrado Corazón.

Terminamos el año con gentuza derrochando nuestro dinero y lo iniciamos de la misma forma.

No tengo la mínima intención, después de recibir un golpe en una mejilla, de ofrecer la otra para que sea herida. Se acabó el buenismo. No es bueno el pacifismo de los blandos y los perdonadores. A mí, personalmente, unos desalmados, unos cobardes y unos forajidos que no respetan a la mayoría de los españoles, no me pegan dos tortazos en las mejillas. Se los devuelvo de palabra, con gorda o sin gorda, que la pobre no fue más que el instrumento de la ofensa.

Cabrones.

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