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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La palabra delincuente

La manera más contundente de luchar contra la delincuencia sería decretar que nada es delito

Actualizada 01:30

Para el Gobierno, reformar es sinónimo de empeorar. Es lo que tiene el «progresismo», ese obstinado y ciego caminar hacia lo peor. Si los amigos o esbirros delinquen, por ejemplo, en RTVE, es preciso rebajar las penas previstas para las ofensas a la religión (católica, en realidad, pues es la única que las recibe). Es la vía perfecta para la prevención del delito. La manera más contundente de luchar contra la delincuencia sería decretar que nada es delito. Claro que entonces la dictadura de los sin ideas resultaría abolida. Todo se podría decir y nada prohibir. Sería la muerte de la incultura woke.

Al menos, parece haber acuerdo en que la palabra (y el dibujo y la caricatura, la expresión en general) puede delinquir. Pero ahí termina el consenso. La izquierda radical aspira a apropiarse del criterio. Pero, como casi siempre, se limita a hacer enloquecer ideas buenas. En este caso, la libertad de expresión. Se entiende la libertad de expresión de ideas, juicios, opiniones y valoraciones y no la de calumnias, injurias, incitaciones a delinquir o las ofensas a las convicciones ajenas. En este correcto sentido, es prácticamente ilimitada. Es cierto que semejante libertad concede las mismas oportunidades al bien y al mal, pero eso es preferible a que sea el Gobierno el que decida sobre ellos. La izquierda radical (de un modo u otro comunista) comete al menos dos errores fundamentales en esta cuestión. El primero es la apropiación indebida. Ebria de una falsa y tóxica superioridad moral pretende ser la propietaria del árbol de la ciencia del bien y del mal. No es extraño que odie al cristianismo y a todo posible adversario. Han comprendido que el verdadero poder se encuentra en la cultura, en las ideas. Han tardado, pero se han aplicado con disciplina. Los menos obtusos pensaron en la moral por acuerdo. Ya no hay acuerdo que valga. La verdad es maniquea: la derecha es el mal y la izquierda el bien. El segundo error consiste en una tendencia a invertir el sentido correcto de la libertad de expresión. Tienden a tolerar (más bien a aplaudir) lo que no entra dentro del ámbito correcto de ella, como puede ser, por ejemplo, la ofensa a las creencias religiosas, y a cercenar lo que es fundamental, como la libre expresión de opiniones o ideas, por ejemplo, sobre el feminismo, el indigenismo, la homosexualidad o el franquismo. En realidad, lo que realmente aborrecen es la manifestación de ideas diferentes de las suyas. Por este camino, la blasfemia terminará por ser un derecho, y la defensa del matrimonio como la unión entre un varón y una mujer, un delito.

Es cierto que las ideas tienen consecuencias y que, en ocasiones, no es fácil deslindar lo que puede ser una opinión de una instigación a cometer un delito. John Stuart Mill puso el siguiente ejemplo. Un profesor, en su cátedra, puede expresar lícitamente la opinión de que el hambre que padece la población es debida al encarecimiento artificial del precio del trigo causado por los productores. Pero unas palabras semejantes, pronunciadas por un orador airado ante una muchedumbre furiosa, frente a la casa de uno de ellos e incitando a la venganza, se convierte en una incitación a delinquir. Creo que, por ejemplo, las ideas racistas deben ser toleradas (y criticadas), pero las organizaciones o partidos racistas, no. Tocqueville decía que con libertad de prensa es imposible el orden, pero que sin ella es imposible la libertad.

Invocar el humor para justificar la ofensa a la religión es imposible. El humor nada tiene que ver con la burla y la ofensa. Intentar ofender a los católicos (la religión mayoritaria en España) en la televisión que, debiendo ser de todos, es solo del Gobierno, es, sin duda, vergonzoso. Pero es imposible que un mamarracho ofenda a un católico. Puede intentarlo, pero siempre fracasará. Lo que sí da pena es comprobar cómo en nuestra sociedad, día a día, lo patológico se convierte en normal.

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