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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Illa-Sánchez, todo empezó en la Mareta

El expediente Illa no es menos escandaloso que el de Ábalos, aunque a Salvador le falten los elementos erótico-festivos del simpar valenciano. Pedro y su embajador en Cataluña no dan puntada sin hilo

Actualizada 01:30

Víctor de Aldama traía mascarillas. Koldo llamaba a los ministerios y a los barones socialistas y les decía que adecuaran el presupuesto a la oferta. Si necesitaban cinco millones de tapabocas, era mejor que compraran trece. ¿Por qué? Pues porque lo quería el ministro. Y ese ministro era un señor ministro. No un ministro cualquiera. Era el número dos del PSOE, hoy ya sin inmunidad ante el Supremo, y nada menos que el socialista que registró la moción de censura en mayo de 2018 que llevó a Pedro Sánchez al poder. El juez Ismael Moreno pudo leer en la auditoría interna encargada por Óscar Puente que no hay rastro de los trece millones de unidades que se adquirieron en dos compras a Soluciones de Gestión, la empresa reina de las comisiones ilegales del Ministerio de Transportes. Y ahora nos quieren hacer creer que todo eso sucedía sin que el todopoderoso Sánchez supiera media palabra. Pero Aldama le ha dicho a Herrera que hay un sobre, un sobre que puede costar una Presidencia. No olviden esto.

En todo caso, lo más escandaloso es que Moncloa haya puesto como cortafuegos a Ábalos –que no digo yo que no lo merezca– y no se abran otros dosieres no menos turbios. El despiporre con que se contrató material sanitario no es privativo del Departamento de Transportes. De hecho, muchas comunidades socialistas –lógicamente las más sanchistas– y ayuntamientos del mismo signo hicieron de su capa un sayo a la hora de firmar graciosamente contratos durante la pandemia, abusando de la justificación de que había mucha prisa para salvar vidas. Hecho cierto, pero no incompatible con guardar los mínimos morales y administrativos.

Y es entonces cuando nos acordamos de que hay un exministro, con cara de disimular que ha roto muchos platos, que tiene varios casos abiertos en los tribunales, con imputaciones de sus cargos de confianza que seguramente hicieron lo que el jefe les decía. ¿Y quién era ese jefe, ese ínclito ministro de Sanidad de nuestros dolores? Pues el presidente de la Generalitat catalana, el Gandhi de la Península Ibérica, el «hombre bueno» que va a pacificar definitivamente Cataluña –a base de dar a los delincuentes lo que piden–, ese que está robando todos los votos a ERC y que aporta 19 diputados vitales a Pedro en el Congreso; se trata de Salvador Illa, cuya cabeza es una especie protegida para Moncloa y se cuida con la misma diligencia con que se ha regalado la testa mediterránea de Ábalos al juez Moreno, primero, y ahora al Supremo.

El expediente Illa no es menos escandaloso que el de Ábalos, aunque a Salvador le falten los elementos erótico-festivos del simpar valenciano. Pedro y su embajador en Cataluña no dan puntada sin hilo. Por si hay que adelantar elecciones, ambos se han trabajado al Banco Sabadell para que se congracie con el PSC y devuelva su sede social a Cataluña, tras marcharse a Alicante como alma que lleva al diablo con el golpe separatista de 2017. Para que el PSC siga aportando al coleto electoral de Pedro Sánchez un 15%, como ocurrió en julio de 2023, o incluso más, hay que emitir un mensaje claro: una gran marca empresarial asume el relato de que los socialistas han «pacificado» Cataluña. El ibuprofeno ha hecho efecto y hoy ese territorio es un remanso de paz. ¿Gracias a quién? A Pedro y Salvador. Y ¿por qué? Pues no por la diligencia que ellos venden, sino porque han asumido todas las exigencias de los que perpetraron el golpe: indultos, amnistía, pacto fiscal, incumplimiento de las sentencias para el uso del castellano en las aulas…

A cambio, el Gobierno muestra su rechazo a la absorción del Sabadell por el BBVA, en plena opa. Y la entidad financiera debe demostrar su agradecimiento con una operación que no vimos venir. Otra cosa es que compañías como Caixabank, Naturgy o Colonial vayan a volver a Cataluña, que parece que no. Sin embargo, el tahúr de la Generalitat se ha apresurado a aplaudir la «estabilidad institucional y seguridad jurídica» que él ofrece. Es verdad que está siendo un maestro en fagocitar voto independentista. Muchos de los electores de ERC y Junts han pensado que, si no hay diferencia en sus programas, mejor votar al que está más cerca del que parte el bacalao, que es Sánchez.

Es evidente que la pareja Sánchez-Illa tiene un plan para engordar el caladero de votos del PSC y, de paso, el del PSOE. Y todo con el dinero público. Primero han colocado a un amiguito del extitular de Sanidad, Marc Murtra, en Telefónica, y después pretenden competir económicamente –tirando de presiones al empresariado– con la Comunidad de Madrid de Díaz Ayuso. Por eso, Illa es la especie protegida para Sánchez. Recuerden aquellas veladas del pasado agosto en La Mareta, donde Sánchez, Zapatero e Illa pergeñaron, con el fondo de los atardeceres en el Atlántico, un plan para eternizarse en el poder que pasaba por Cataluña y su Salvador.

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