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DivisaderoAntonio Pérez Henares

La voz de la dignidad en la noche de los Goya

Pocas veces, mientras que los alegatos de todas las causas han sido el plato continuo y cansino que una y otra vez se ha servido allí, la palabra ETA y la denuncia del terror ha sido pronunciada en tal foro

Actualizada 01:30

Los que salen a hablar en los premios Goya no parece que lo que quisieran ser es actrices, actores, guionistas o directores de cine, sino que a lo que aspiran es a políticos. Y no se conforman con serlo en España, sino que por sus discursos se diría que pretenden un cargo de relevancia y peso internacional. Aquello fue una especie de casting de meritorios a ver quién los hacía mayores ante el Líder Supremo, que asistía muy complacido al cónclave, que por momentos pareció serlo de partido y en campaña preelectoral.

Un somero recorrido por los asuntos y temas tratados, donde por supuesto se condenaba a los malos y se proponía la solución para arreglar el mundo mundial, salieron a la palestra, que alcanzara a contar, los palestinos, los emigrantes, el cambio climático, los nuevos imperialistas, Trump, la vivienda y la DANA.

Todo ello dentro de los cánones y preceptos del buenismo universal y sin salirse ni un ápice de los mandamientos dictados por la Inquisición Progresista y Plurinacional. A la pobre criatura esa, Karla Sofía Gascón, a la que primero subieron a los altares «woke» y luego han desterrado a la tiniebla exterior del fascismo sideral, solo la mentaron cuando hubieron a la fuerza que pronunciar su nombre. La condena ya ha sido dictada, cancelación, o sea, el ostracismo total.

Todo iba por los cauces previstos. Tan contentos ellos y sintiéndose meollo cultural y crema de la intelectualidad, una usurpación que cada vez suena más a lata y a impostación, pues la Cultura de verdad, con recorrido y poso, cada vez se asoma menos por allí. Y entonces zas, una señora llamada María Luisa Gutiérrez, de Yunquera de Henares (Guadalajara) paisana de un servidor y productora de «La infiltrada» junto a Santiago Segura, elegida como mejor película, Salió hablar. Y lo hizo de aquello que el filme contaba y que nos intentan borrar de nuestro recuerdo y enterrar en nuestra memoria. Ellos prefieren desenterrar a Franco día sí y día también.

María Luisa habló de ETA, del terror, del sufrimiento y las víctimas y de quienes, como esa Guardia Civil heroica y tenaz, la combatieron y vencieron. Fue la voz y la memoria de la dignidad y de la verdad. No esa que de la que de la mano y el relato de Bildu, los herederos políticos de los verdugos, y a la que han bautizado para mayor insulto, como «Democrática», está dictando el Sanchismo. La que se nos quiere imponer no solo como verdad sino como norma que estemos obligados a acatar. Sus palabras, tras tantas horas de hojalata, resonaron como bronce de campana y su sonido no ha dejado de expandirse y llegar hasta el último rincón.

Pocas veces, mientras que los alegatos de todas las causas han sido el plato continuo y cansino que una y otra vez se ha servido allí, la palabra ETA y la denuncia del terror ha sido pronunciada en tal foro. Creo recordar que tal vez dos veces más. Una en 1998, por José Luis Borau, con las palmas de sus manos pintadas de blanco, en memoria de Miguel Ángel, secuestrado y horrendamente ejecutado el verano anterior y de la de la joven pareja de Alberto Jiménez Becerril y Asunción Ortiz, asesinados en sus calles sevillanas el 30 de enero de aquel mismo año. La otra bien pudo ser la de Imanol Arias, aunque también pudiera ser que su protesta hubiera tenido lugar en el Kursal de San Sebastián. O quizás en ambos lugares Y paren ustedes de contar. Esas han sido las tan escasas veces, tres con la de ayer, que en los Goyas, a pesar de la terrible lacra sufrida y los 853 asesinatos, los miles heridos y los incontables amenazados y obligados a abandonar el País Vasco, hayan tenido a bien acordarse de tal cosa.

El sábado, dicen, las palabras de María Luisa no le sentaron nada bien a Sánchez, ahora en la mayor amistad con los que jamás han condenado tales crímenes y a quienes está rebajando penas y dando trato de preferencia y privilegio. Hubo, sí, quienes como Antonio Banderas mostraron con su gesto y su aplauso su acuerdo y sintonía con lo allí expresado, otros lo hicieron con tibieza y pocas ganas y otros volvieron la vista hacia otro lado, como sacudiéndose de encima la inconveniencia ocasionada por sacar tan desagradable asunto a colación. La propia y premiada actriz protagonista de «La Infiltrada» no había hecho referencia alguna a ello. La vida de tantos, que unos perdieron y otros se jugaron por defendernos a todo, no le debió parecer motivo suficiente aunque hubiera representado tal papel. En vez del derecho a la vida, le pareció más importante reclamar el derecho a la vivienda. Son los Goya y son ellos. No hay nada más que decir.

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