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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Alatriste, ni patria, ni religión, ni bandera

Con su declarado «repelús» a esos tres conceptos refleja bien uno de los problemas de cierta supuesta clase dirigente e intelectual española

Actualizada 11:02

El escritor y periodista cartagenero Arturo Pérez-Reverte supone un magnífico ejemplo de éxito conquistado a pulso. A sus 73 años se mantiene como uno de los novelistas españoles que más venden. Sus obras han alimentado películas y series y es un conspicuo miembro de la RAE desde 2003.

Pero además, Reverte brilló en su día como un destacado reportero, con doce años de trayectoria en el periódico Pueblo y nueve en TVE. Se jugó literalmente la vida para contar desde la primera línea varias guerras espeluznantes, según ha relatado él mismo. Por último, sus columnas de prensa cuentan con el aplauso de una legión de seguidores y sus opiniones en las redes sociales, audaces y a veces provocadoras, suscitan un enorme eco.

Como gacetillero de la esforzada clase media, sería un cretino si me pusiese a impartir lecciones a Pérez-Reverte, que me da varias vueltas en todo. Pero como ciudadano español sí me atrevo a opinar que me han parecido muy decepcionantes las declaraciones en una entrevista donde afirma que «las personas con valores convencionales como patria, religión o bandera me dan repelús».

Desde mi pequeñez, porque no he estado en ninguna guerra, no he escrito ninguna novela y no soy académico, me aventuro a decir que lo que me da repelús es que suelte algo así un veterano caballero que se supone que es uno de los grandes intelectuales españoles. Lo considero además muy revelador de un problema creciente de España: la ausencia de compromiso con el bienestar del país y con los valores de Occidente por parte de nuestra clase dirigente, desde los empresarios al propio mundo de la cultura. Se ponen de canto ante los problemas reales y practican un cómodo camuflaje camaleónico, no vaya a ser que el dedo censor del omnipresente «progresismo» me señale como disidente.

Reverte siente en realidad un inmenso y dolorido aprecio por España, pues así lo denotan su manual de historia sobre la misma y muchas de sus novelas. Por eso debería saber –y a buen seguro sabe– que una persona sin patria, bandera ni religión se convierte en una veleta al albur del viento de la moda, del relativismo o del puro interés crematístico (o incluso de todo ello a la vez).

El nacionalismo de ribetes xenófobos y excluyentes es un veneno, que ha supuesto el combustible de espantosas escabechinas bélicas. Pero una persona que no siente un elemental afecto por su país y que no tiene un mínimo interés espiritual suele convertirse en un muñeco zarandeado por el hedonismo, la codicia o el nefasto «todo da un poco igual, porque no hay arreglo».

Admirable Alastriste, a estas alturas empieza ya a notarse un poco el truco. Repartimos estopa bravucona por doquier, pero no nos mojamos ni con agua caliente en los asuntos realmente medulares, no vaya a ser... Una pena. Anímese a tener «valores convencionales», que a buen seguro va a vender libros igual. A su venerable edad, no es necesario que adopte el talante diletante –léase cobardón– de tantos articulistas «jóvenes» (de cincuenta años) que se escaquean en una adolescencia perpetua para no hablar jamás de lo que de verdad importa.

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