Rufián y los periodistas caviar
Y es que este odiador de España, que es su país, la teta de la que mama, y el de sus ancestros, hizo chanzas sobre aquel día en el que dijo que iba a estar poco más de un año en el Congreso, y va camino de diez a 115.104,24 euros la anualidad
Juan Gabriel Rufián Romero es rufián porque la vida le hizo así. Es un diputado indepe que va de graciosete, de cheli parlamentario. Hijo y nieto de andaluces emigrados a Cataluña, es un renegado de sus raíces que ha hocicado en el separatismo, pero, como dice Carlos Herrera, en ese separatismo que es más un medio de vida que un fin, un sustento que una meta política. Vamos que, si la Republiqueta viera la luz, se llevaría un gran disgusto porque tendría que empacar, instalarse en el aburrido Parlamento catalán donde no le dejan entrar con gorra y chándal como aquí, y orillar ese Madrid que le llena la panza, donde nadie le incomoda y cuyos periodistas de cámara le reconocen como un ocurrente orador, un Demóstenes con barretina cheli, que perdona la vida a la derecha española con su chispa socarrona.
Es un personaje tóxico al que el ecosistema sanchista ha dado carta de naturaleza. Tanto que cuando coge el AVE y asoma el cutis por su circunscripción, lo más bonito que le llaman es botifler, por haberse entregado a la gobernabilidad del Estado —si a esto se le puede llamar gobernabilidad, que nada más lejos— cambiando el pin amarillo por los almuerzos en la Moncloa y el compadreo con Pedro. Un vis a vis de la izquierda caviar de Pozuelo con la izquierda caviar de Santa Coloma de Gramanet. ¿Qué puede salir mal?
Pues a este apóstol del progresismo republicano le suelen abordar los periodistas del sistema como si fuera un ser superior, dueño de una supremacía moral desde la que desprecia todo lo español. Nos humilla siempre, y eso que el Estado le afloja la gallina como diputado en Cortes. En la entrevista que le hizo Évole este fin de semana se permitió bromear sobre ese monumento a la hipocresía que representa su permanencia en el escaño de la carrera de San Jerónimo. Y es que este odiador de España, que es su país, la teta de la que mama, y el de sus ancestros, hizo chanzas sobre aquel día en el que dijo que iba a estar poco más de un año en el Congreso, y va camino de diez a 115.104,24 euros la anualidad. En 2015 alardeó de que «en dieciocho meses me piro porque Cataluña va a ser independiente». Ahora dice que eso fue una ingenuidad porque, según Juan Gabriel, pensó que lo de crear un Estado catalán no iba a ser tan difícil. «He aprendido para el futuro», sentenció. Claro, entre cobrar el salario mínimo en una ETT o a comisión en un gran almacén o vegetar en el paro, eligió tener un medio de vida que le permite ser subvencionado por los mismos a los que insulta. El negocio es redondo. E incomprensible para los que pagamos.
El gran debate de fondo es explicar a los españoles cómo un político que dedica cada minuto de su vida a despreciar todo lo que queremos y que reivindica a su jefe Oriol Junqueras porque estuvo cuatro años en la trena (aunque le habían condenado a 13 años por cometer dos gravísimos delitos y fue indultado), ha terminado blanqueado por el Gobierno de España, convertido en un interlocutor que negocia que se perdone 17.104 millones a sus compañeros los sediciosos, que dieron un golpe contra el Estado y se gastaron todo lo pedido al FLA en sus políticas delirantes. Todo eso, completado con el botín de Puigdemont, que va a decidir quién entra o no por la frontera española por Cataluña.
La catadura moral de estos rufianes volvió a quedar de manifiesto en la entrevista del domingo. Dijo el rey del chascarrillo que los suyos se equivocaron al dar un golpe sin el apoyo, no de más de la mitad de los catalanes, no de aquellos ciudadanos a los que nadie les preguntó si querían dejar de ser españoles y de formar parte de una comunidad emocional e histórica como es España —y además perder el pasaporte de la Unión Europea—, sino sin el respaldo intelectual de los periodistas de izquierda que hoy les alientan. Porque, según Juan Gabriel, sin las arengas de esos comunicadores forrados que van de progres, es imposible triunfar.
Es decir, no se reprochó delinquir contra la opinión de la mayoría de los ciudadanos a los que querían trocear su país, ni siquiera contra la de los propios catalanes que se sentían y sienten constitucionalistas y a los que nadie consultó su futuro. No, no, el error, según la doctrina de este diputado de la izquierda más rancia y caduca, fue no pertrecharse del aval de los que parten y reparten el bacalao en los medios. De las élites de la izquierda española.
Es decir, se confesó equivocado por no sumar a su aventura a Évole y a otros periodistas de la izquierda cuqui. No sé si existe menor respeto a la voluntad popular y mayor cinismo.