Pobres mujercitas
Parece que las mujeres están eximidas de eso que se llama política para adultos, convertidas en seres infantilizados necesitados de especial protección
No sé si sabrán que esta semana ha comenzado en China el campeonato mundial femenino de ajedrez. Sí, he escrito bien, campeonato femenino, porque resulta que sigue existiendo una competición separada entre hombres y mujeres en un deporte que es obviamente mental. Y esto ocurre sin que el feminismo haya dicho una sola palabra de protesta. Ningún feminismo, ni el radical ni el liberal. Lo que deja al descubierto el otro gran obstáculo para la plena igualdad de las mujeres del que nadie quiere hablar, que es el interno. El de la sobreprotección, el de la discriminación positiva, el del mantenimiento del estereotipo de la mujer débil y necesitada de ayuda especial, el de la mujer infantilizada en un mundo de hombres adultos y responsables.
La existencia de competiciones separadas de ajedrez supone un cuestionamiento frontal de la igualdad, porque da por supuesto que hay una desigual capacidad mental. En un deporte en el que las diferencias físicas son irrelevantes y en el que solo cuentan los cerebros, mantener competiciones separadas por sexos implica defender la teoría de que ellos son mentalmente superiores. Y lo más tremendo es que son las propias jugadoras las que justifican esa separación a partir del habitual discurso de la integración. Aquello de que las niñas se desaniman, de que les cuesta competir con niños, o peor, que las chicas necesitan torneos femeninos para poder ganar premios y seguir adelante.
Y ahí tenemos a la federación internacional de atletismo, que acaba de aprobar exámenes genéticos a las atletas para comprobar sus cromosomas y «proteger», dice, a las mujeres de mujeres que tengan cromosomas XY, mientras que las ajedrecistas son «protegidas» de los hombres que las derrotan en ajedrez. A este paso, son capaces de aprobar competiciones de velocidad para chicas blancas, ya que las pobres son siempre superadas por las chicas negras, mucho más veloces. Cosa que no se les ha ocurrido para los hombres blancos, al parecer perfectamente capaces de que los derroten una y otra vez en las competiciones de velocidad sin que su estabilidad e integración se hayan visto afectadas.
Y esta mujer infantilizada explica también parte de lo ocurrido con el caso Alves y el ataque de las Montero, Irene y María Jesús, a la Justicia. O el cuestionamiento de la absolución de un hombre con la teoría de que el testimonio de «una mujer joven» debe ser suficiente para una condena, aunque las pruebas no la respalden. Es la idea ampliamente fomentada, también desde el deporte, de que ellas son seres débiles y necesitados de protección especial. Lo que lleva hasta la barbaridad de defender que ellas no son responsables de justificar con pruebas sus acusaciones en un proceso penal. Que es exactamente lo que han dicho las Montero y lo que siguen manteniendo, a pesar de supuestas rectificaciones que no han sido tales.
Y es que algunos pretenden seguir manteniendo unas reglas diferentes para las mujeres en todos los espacios sociales, no solo en el deporte. Porque ellas, al parecer, están eximidas de eso que se llama últimamente la política para adultos. Y con la contribución de la mayor parte del feminismo, encantado de preservar y fortalecer la infantilización de las mujeres.