Un ministro corriente
Hubo un tiempo en el que para ser ministro en España había que poseer trayectoria, ser número uno en su carrera y contraer méritos con la sociedad. Ahora solo basta con saber insultar
De entre las muchas improvisaciones de Sánchez, el inquilino de la Moncloa, la que más estridencias produjo fue el relevo de Nadia Calviño, la vicepresidenta a la fuga, que prefirió el balneario de Europa que la ducha escocesa a la que estaba sometida en el Gobierno de España. La relevó, a prisa y corriendo, Carlos Cuerpo, un economista que se está convirtiendo en la mejor imagen del Ejecutivo de Sánchez por poseer una virtud: ser un tipo normal. Alguien que no perpetra ninguna excentricidad, que no insulta, que no agrede cada vez que le ponen un micrófono y que, incluso, se atreve a oponerse a las ocurrencias de Yolanda Díaz, aunque sacrifiquen su sentido común en aras a la continuidad de la coalición socialcomunista.
Ahora Carlos Cuerpo está de moda porque ha viajado a Estados Unidos a entrevistarse con el secretario de Tesoro norteamericano, Scott Bessent, el que llegó a afirmar que Sánchez se estaba cortando el cuello con su viaje a China. Sánchez, que no es el hombre más valiente que ha habitado en la Moncloa, ha pedido a su ministro corriente que acuda a conocer los posibles remedios para atajar cualquier hemorragia. Es lo que tiene ceder al lobby de Zapatero, Moratinos y Bono. ¿Algún día conoceremos la dimensión exacta del negocio que se traen entre manos estos tres?
En realidad, Carlos Cuerpo es un tipo convencional que trata de ser ortodoxo en su trabajo, si bien, como en su día Solbes con Zapatero, en más de una ocasión le asalta la tentación de dejarlo todo. Él sabe que efectivamente no vamos como cohetes. Nuestra economía se parece más bien a un viejo carro tirado por bueyes al que cada día le colocan más peso, más deuda, más subvención, más déficit, más ineficacia.
¿Qué es lo que hace extraordinario a un tipo tan normal como Cuerpo? La respuesta es sencilla: sus compañeros, los que se sientan con él a la mesa del Consejo de Ministros. Si cierran los ojos y se imaginan, uno a uno, a Bolaños, Puente, Óscar López, Marlaska, María Jesús Montero, Pilar Alegría o la señora Morant, comprenderán que cualquier pauta de normalidad se convierte en una cumbre de pensamiento y oratoria. El ser humano es la medida de todas las cosas. El contraste entre el más valorado de los ministros y el resto viene dado sobre todo porque los anteriores cada vez que hablan agreden o insultan a alguien. Ya no solo a la oposición, sino a los millones de ciudadanos que no piensan como ellos. En este preciso instante, poca legitimidad los acompaña para seguir soltando por sus respectivas bocas las consignas que elabora el ejército de asesores que se guarece en la Moncloa, a imagen y semejanza de los búnkeres ideológicos de castristas o chavistas.
Hubo un tiempo en el que para ser ministro en España había que poseer trayectoria, ser número uno en su carrera y contraer méritos con la sociedad. Ahora solo basta con saber insultar. Ya ser un tipo corriente te hace excepcional.