Viernes Santo
Pensar que en España hay solo un 55,4 de católicos es tanto como creer que el 40,4 por ciento de los españoles encuestados, como sostiene el CIS, quieren tener a Pedro Sánchez de presidente del Gobierno
Que no, que no, que la Semana Santa no es solo de toallas impregnadas de grasa bronceadora ni cenas cuquis en restaurantes molones. La semana de Pasión en España refuta cuantos agoreros vaticinios vomita Pepe Félix Tezanos en su CIS, los mismos que consagra Pedro Sánchez con su desprecio al 70 por ciento de españoles que, aunque no todos cumplan con la misa semanal, todavía creen en la trascendencia del ser humano y en la resurrección de Jesucristo. Acabar con el misterio de la Pascua, con el recogimiento de estos días de dolor y esperanza, con ese padrenuestro rezado y sentido, letanía de nuestra infancia y seguridad de no sentirnos nunca solos, es una empresa demasiado importante para que políticos cortos de lecturas y largos de bajeza puedan alcanzarla.
Al ver la imagen cincelada del hijo de Dios y pensar los golpes de martillo que ha tenido que recibir labrándola para al final quedar escarnecida clavada en una cruz, es motivo de escalofrío, dolor y gozo en millones de personas que sienten que ese hombre dio su vida por cada uno de ellos. Y esas personas se niegan a sustituir ese sentimiento íntimo por la adoración al nuevo dios Jeff Bezos que nos atiende raudo tras una llamada, o a la santa wifi que manda en nuestros ordenadores y es motivo de desesperación y ahogo su ausencia. Almas revolucionarias que no quieren perderse en los intrincados mundos de startups y youtubers. Corazones irredentos a los que todavía conmueve más el desamparo de los ancianos enterrados en la soledad de las grandes ciudades que la protección de los derechos de las cucarachas. Es ese sustrato moral y la profundidad de las convicciones las que hacen todavía posible la convivencia entre los españoles, la mayoría de los cuales vive su espiritualidad como un antídoto contra las mezquindades políticas que nos quieren separar.
Hoy, Viernes Santo, sabemos ya que la potencia del relato del sacrificio de Jesús tiene más fuerza que cualquier cuento escrito con la urgencia del cálculo político y la difusión de una nueva religión que abraza el hedonismo y los intereses particulares de quienes la quieren imponer. Por fortuna, que Sánchez salude el Ramadán y no las fiestas que celebran los católicos, no empecé para que estos sigan su camino de espiritualidad. Qué más quisiera el presidente del Gobierno que la hondura de los pasos de Semana Santa quedara sepultada bajo las piedras de su muro de intolerancia. No lo ha conseguido ni lo conseguirá.
Las procesiones están rebosando de gente. Los pasos se enseñorean entre los aplausos de los que no creen, pero respetan y admiran su fuerza cultural y sus tradiciones, y el fervor de los devotos que conjuran los fríos y los paraguas para palpitar al son de una saeta. Aquellos que soñaron con la inmortalidad gracias a la ciencia o la genética y que batallan contra los estragos de la vejez, fantaseando con la juventud eterna saben ya que la única inmortalidad es la que trasciende el alma humana de su materialidad física.
El santo de guardia de Moncloa, Tezanos, acaba de sentenciar en su último CIS que un 18,8 por ciento de españoles se declaran católicos practicantes y un 36,6 por ciento se reconocen católicos pero no cumplidores de los preceptos cristianos. La vida a través de los ojos de un sectario es todo un espectáculo. Pensar que en España hay solo un 55,4 de católicos es tanto como creer que el 40,4 por ciento de los españoles encuestados, como sostiene el CIS, quieren tener a Pedro Sánchez de presidente del Gobierno.
Conclusiones solo aptas para espíritus inmorales que celebran la Semana Santa con vacaciones pagadas y construyendo un mundo en el que a la vuelta de la esquina ya no quepan aquellos que creen en la misericordia y en los contemporáneos sabores del potaje y las torrijas embadurnadas en leche de la abuela.
Feliz Viernes Santo.