La revolución para Iglesias era pasar el cepillo
Las tertulias no dan para mucho e Iglesias solo llega a fin de mes gracias al sueldazo de su compañera, Irene Montero, en el Parlamento Europeo. Por eso era necesario pasar el cepillo con la generosa intención de que cuadre el balance y pueda aspirar a un local más grande que le reporte mayores ingresos
El tabernero de la calle Ave María, en Madrid, un tal Pablo Manuel Iglesias Turrión, ha decidido que la revolución, ese generoso asalto a los cielos para el proletariado, consistía en que este le pagara, mediante colecta, la ampliación de su negocio de birras y salmorejo partisano. Hasta 146.000 euros ha conseguido el exvicepresidente. Si los números propios no salen, siempre puede venir el rebaño a que lo ordeñe el pastor. Pablo sabe cómo hacerlo. Cuando se enrocó en una mansión en Galapagar abandonando la tradición ancestral de morir en el pisito de Vallecas para no traicionar a los desheredados de la Tierra, también acudió a «su gente» para sofocar el escándalo. Entonces no les reclamó dinero para pagar el porche y las tumbonas, porque su efímero paso por la política, gracias a Pedro y su inequidad, ya le proveyó de fondos, pero sí que ratificaron su decisión de aplicar el refrán de que la compasión —por los pobres, por los obreros, por los trabajadores— comienza por uno mismo y su jardín con piscina.
La taberna Garibaldi —qué audacia de nombre— necesita ser revitalizada, porque a duras penas sigue sirviendo su Gramsci Negroni o su Durruti Dry Martini. Su propietario ya no soporta las facturas que todo empresario del gremio de hostelería tiene que abonar. Habíamos celebrado que empezara a pagar impuestos y cotizaciones para que supiera lo que vale un peine. Pero ha llegado a la conclusión de que el peine es muy caro y que es más de izquierdas socializar los costes. Cuando abrió el local de Lavapiés citó a Kautsky: «Las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado». Más allá de que copiara a Ayuso lo de la mentalidad tabernaria, el autor del plato «no me llamen Ternera», en homenaje a una mala bestia que mató a inocentes, ha colapsado cuando ha tenido que satisfacer nóminas —precarias, según alguno de sus currelas—, trimestrales del IVA, impuesto de sociedades, retenciones, licencias comerciales e IRPF, a mayor gloria de su excompi de Gobierno, Marisu.
Las tertulias no dan para mucho e Iglesias solo llega a fin de mes gracias al sueldazo de su compañera, Irene Montero, en el Parlamento Europeo. Por eso era necesario pasar el cepillo con la generosa intención de que cuadre el balance y pueda aspirar a un local más grande que le reporte mayores ingresos, que estoy seguro repartirá entre sus financiadores. Qué más da engañar otra vez. Ya lo hizo con el 15-M, desde donde enfangó la institucionalidad de España, sus medios y sus aulas. Desde su ideología fracasada mintió a muchos todo el tiempo. No a todos, porque algunos vimos venir que los tratamientos que intentaron aplicar a la enfermedad social del descontento solo los mejorarían a ellos, llevándolos a vivir como las élites. No nos equivocamos.
No cambiaron un ápice la vida de la gente. La suya sí, a mejor, a mucho mejor. Los que educaron a toda una generación en el rencor, ahora piden a sus padres y a ellos mismos, que no tienen ni sueldo ni futuro, que donen parné para sostener la conversión de Pablo al capitalismo. Mientras tanto y tras fracasar con lo del dedazo para colocar a Yolanda como su sustituta, ha decidido usar el mismo apéndice para nombrar a su Irene candidata a la Moncloa. En ese palacete el porche y la piscina (gracias a la mujer de Zapatero) es más grande. Y Pablo no tendrá, cuando sea presidente consorte, que pedir donaciones. Hacienda hará ese trabajo por él y su churri. Mientras llega ese día, la barra del bar es lo suyo. Le doy una idea: puede colocar una hucha como hacía su amigo Otegi en las herriko tabernas para recaudar las aportaciones «voluntarias» de sus clientes.