A Alves lo condenó la pancarta, no las pruebas
Hay esperanza: todavía vale más la sabiduría jurídica que el tamaño de una pancarta o la abominable opinión de una desaprensiva vicepresidenta del Gobierno
A Dani Alves lo condenaron a más de cuatro años de cárcel por haber violado –dijo la Audiencia de Barcelona– a una mujer en una discoteca de la ciudad condal. La Fiscalía pedía nueve años. Estuvo un año y dos meses en prisión preventiva, de la que salió pagando una fianza de un millón de euros. Cuando hace un año se celebró el juicio y durante muchos meses antes, en algunos medios de comunicación se desarrolló en paralelo otra insólita vista oral con un tribunal formado por presentadores de televisión, tertulianos, ministras, exministras, feministas, activistas, todólogos y aspirantes a jueces que no sabían media palabra de Derecho. Y qué. Tonto el que no opinara contra el futbolista.
Todos ellos dieron valor a las pruebas contra el acusado, incluso sin verlas, trocearon el testimonio de la denunciante quedándose solo con lo que apuntalaba el relato de culpabilidad y dictaron sentencia; sin fundamentos de derecho, sin exposición motivada, sin pruebas irrefutables. Sin nada. Y ¡ay! del que osara cuestionar la técnica judicial de este pelotón de iletrados sin sustancia jurídica. A esos osados también les caía otra pena: la de la sospecha de ser conniventes con las agresiones sexuales. Las mujeres que lo criticaron eran expulsadas del paraíso de la buena feminista. Los hombres que se atrevieron a censurar el fallo eran agresores sexuales en potencia. Si es que no lo había sido ya. Eso decían los nuevos torquemadas.
Yo no sé si el jugador violó o no a esa chica de 23 años. Sé que mintió como un bellaco durante el procedimiento. Primero que no había tenido relaciones con ella para, supongo, evitar el daño en casa, luego que sí pero que no. No tengo ni idea de lo que pasó en ese maldito baño. Sé que actuaron bien los responsables de la discoteca al ver el estado en el que estaba la chica. Llamaron a la policía sin dilación: lo hicieron correcta y rápidamente. En eso hemos avanzado. Pero la sentencia por la que se condenó al presunto culpable no estaba edificada sobre pruebas incontestables. Quizá su argamasa era una pancarta por aquí, una soflama por allá, un dogma ideológico por acullá. Un «yo sí te creo», salido de la hiperventilada neurona del asesor de un partido, se cargaba el principio del «in dubio pro reo» y la presunción de inocencia, un muro de carga del Estado de derecho contra el que carga María Jesús Montero en una demostración más de su escasa cultura democrática. O su ignorancia, que no sé qué es peor. Cuarenta y cinco años de democracia para esto.
Es evidente que se puede condenar por un testimonio. Pasa en los casos de violencia doméstica y en las agresiones sexuales y muchas veces es la única evidencia del delito. Pero la testifical de la víctima tiene que ser muy sólida, tal y como exige el Supremo, y en este caso no lo fue como demuestra la contundente sentencia que ha revocado aquella pena, que señala «falta de fiabilidad en el testimonio de la denunciante». Así que ahora cuatro valientes magistrados, tres de ellos mujeres —supongo que machistas— y un hombre —hipermachista, claro— del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña han absuelto de culpa a Alves aplicando principios legales y denunciando «déficits valorativos».
Conviene recordar algo: la ponente de la sentencia fue la primera juez que públicamente dijo que lo de La Manada fue violación y otra de las magistradas es experta en temas de mujer. Tienen perspectiva de género, como suelen exigir las descerebradas de la tarta. Pero nada comparado con la de años estudiados por la recua de magistrados televisivos que firmaron una pena de telediario que, desgraciadamente, pudo contaminar al tribunal original. Alves era famoso y carne de cañón: primero dijeron que se iba a ir de rositas, luego que no pisaría la cárcel y cuando la pisó 14 meses, pues que tenían que haberle encerrado y no dejarle salir jamás. (A no ser que se le aplicara la ley del isolo sí es síi, que suelta a abusadores por decenas).
Hay esperanza: todavía vale más la sabiduría jurídica que el tamaño de una pancarta o la abominable opinión de una desaprensiva vicepresidenta del Gobierno. Todavía pesa más la Justicia que los ruidos de la calle; y de la tele. Todavía. Pero no sé si por mucho tiempo.