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Cartas al director

Aprobado de (des)gracia

Cuando hablamos de educación nos fijamos en el modelo finlandés que tiene claro que una educación sobresaliente constituye la base y el desarrollo del futuro del país. Apuesta claramente por la excelencia de alumnos y profesores. Éstos gozan de un prestigio económico y social dada la labor primordial que realizan. La implicación de los padres es fundamental y por eso el Estado facilita la conciliación laboral y familiar, además, de sufragar todo el proceso educativo del alumnado que muestra excelentes resultados en su andadura académica. Lógicamente estamos ante una inversión que revertirá con creces en la sociedad finlandesa que cuenta con profesionales altamente preparados en sus distintos desempeños. Es una evidencia que nuestro sistema educativo recorre una senda errada desde hace ya lustros. Ha copiado sólo la superficialidad del sistema finlandés, pero ha olvidado todo lo anterior. ¿Busca nuestro sistema educativo actual la excelencia para contar con una ciudadanía bien formada y preparada para su futuro laboral con un nivel de exigencia tan laxo permitiendo incluso la promoción hasta con suspensos? Desde hace bastantes años acudimos a subterfugios para maquillar la triste realidad: bajada alarmante en el nivel de conocimientos, excesiva permisibilidad con la apatía y falta de esfuerzo generalizados del alumnado incentivada mayormente por leyes que les incitan a ello y hasta lo premian. Seguimos incidiendo en el error: alumnos desmotivados, sin conocimientos y sin disposición ni para el estudio ni para el trabajo. Lo vemos a diario todos los días. ¿A quién beneficiamos facilitando al alumnado el paso con asignaturas pendientes? ¿Qué mensaje estamos transmitiendo a los futuros motores de la economía del país? ¿Excelencia o mediocridad?

Juan Romero

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