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Cartas al director

Cómplices para nada

Ya han transcurrido cuatro años desde las últimas elecciones municipales y autonómicas y se inicia ahora una nueva campaña electoral donde se van a multiplicar las promesas. Unas proposiciones que quedarán en el olvido gracias al viento de la cotidianidad y de los intereses ocultos.

Más de uno se pregunta a qué viene ese interés desmedido por doblegar al contrario político y alcanzar el poder cueste lo que cueste. ¿Será porque están convencidos de que si no gobiernan ellos sus conciudadanos van a ser unos desgraciados? ¿Será porque creen que sólo ellos están en posesión de la verdad y saben cuál es el camino que nos llevará hacia la felicidad? ¿A qué se debe esa tozuda obsesión por mantenerse en el poder y evitar que el contrincante saque un mayor número de votos en las próximas elecciones? ¿Qué buscan los dirigentes políticos que nos gobiernan o pretenden hacerlo? ¿Su interés particular, el interés general o el bien común? ¿O quizá nada eso, pues su único objetivo consiste en imponer su ideología a toda la población y así perpetuarse en el poder? ¿Cómo es posible que algunos partidos estén dispuestos a eliminar la posibilidad de que exista la alternancia política?

Y si pensamos en la educación, en esa obcecación de unos y otros por sacar leyes educativas sin consenso alguno, las preguntas se multiplican y la indignación aumenta. ¿Por qué se quieren clausular en el plazo de unos pocos años los centros de educación especial y no se da la opción de elegir a las familias protagonistas? ¿Por qué se decreta la supresión de los conciertos económicos a los centros con educación diferenciada si es una opción pedagógica válida que se da en otros muchos países? ¿Por qué ese ninguneo a la asignatura de Religión y a sus docentes cuando, al mismo tiempo, se le quiere dar relevancia a la educación en «sus» valores? ¿Por qué se descuida la formación continua de las familias y no se apuesta por su implicación comprometida en los colegios? ¿Por qué las familias no tienen derecho a conocer el contenido y la temporalización de los talleres alternativos que se imparten en las escuelas y a decidir si sus hijos han de asistir o no a los mismos? ¿A qué se debe esa obsesión por suprimir la sana competitividad, la meritocracia o la evaluación cuantitativa y cualitativa?

Pero bien, que nada nos turbe ni nos espante, pues no hay mal que cien años dure y seguro que la cordura aparecerá, tarde o temprano, entre nuestros representantes políticos. Y si no, tiempo al tiempo. ¿No creen?

Jesús Asensi Vendrell

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