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Cartas al director

El optimismo

Busquemos el optimismo, la fe y la esperanza, que elevan las ganas de vivir, tratemos de contagiar alegría entre nosotros. A pesar de los políticos y de los «expertos» colgados solamente de sus farolas mentirosas, ocultando el sentido común, nos marean con sus estadísticas tan pasmosas, cualquiera de ellos sabe que no saben nada, nada más que engañar.

La realidad no existe en los sueños, pero estamos hechos de la materia de nuestros sueños y de la creación.

El filosofo alemán Leibniz dejó escrito hace muchos años, que creía en la unidad y la armonía, por encima de la crítica o la diversidad. Creía que solo se podía explicar el mundo desde el fundamento que constituye todo lo existente. Pero lo que le hizo más «grande» fue una teoría; la que afirmaba que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Si existe un Dios bondadoso y justo, cómo puede existir un mundo lleno de males. Y eso es lo que plantea esa teoría de Leibniz. Que la llama la «crisis del optimismo». Leibniz no pensaba que este mundo fuera perfecto, ni siquiera suficientemente bueno. Su frase expresaba otra idea. «De la perfección de Dios se sigue que al crear el Universo ha escogido el mejor plan posible», en el que se dé la mejor variedad con el mejor orden.

Dios hace en su creación el mínimo mal posible para posibilitar la mayor cantidad posible de bien. Es el óptimo de la creación; la combinación –mejor– de bien y mal.

Que el mundo y nosotros derivemos al mal se debe a la imperfección propia de todo lo creado. Y a la mala libertad de las criaturas creadas.

Así que este mundo no es el mejor posible porque sea como es, lo es por ser menos malo que los otros posibles. Como la democracia, que es el sistema de gobierno menos malo posible.

Hasta que los ciudadanos se den cuenta que puede ser el peor y el más dañino posible, cuando falte la verdad y la libertad…

Maximo de la Peña Bermejo

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