Cartas al director
Wagner
Si no fuera por la sangre que riega el campo de batalla y el horror que sufre la población en toda Ucrania por voluntad del pequeño tirano que se piensa Pedro el Grande, todo lo que rodea al grupo Wagner y su relación con el Kremlin reuniría los elementos de una ópera bufa, donde los actores parecen salir del rincón más oscuro de la historia de los eslavos. Su jefe, el siniestro Prigozhin, tras su pasado carcelario –trece años por robo y fraude– medró como «chef de Putin» mediante sus empresas de catering, antes de dirigir ese ejército privado que opera en medio mundo, desde el Dombás hasta Venezuela pasando por Siria y Mozambique, al servicio directo –al menos hasta ahora– del presidente ruso, y al margen de los tratados internacionales que persiguen los crímenes de guerra. Su último acto, el motín de sus mercenarios y el amago de golpe de estado, se diría que pretende emular los alzamientos que en la antigua Roma llegaron a deponer y proclamar emperadores, y que el gran novelista Jean Larteguy evoca en su legendaria trilogía Los Pretorianos, Los Centuriones y Los Mercenarios, sobre el ejército francés en Indochina, Argelia y Corea, aunque lo de Wagner anda muy lejos de transmitir la misma épica. Dicen que el nombre del grupo responde a la admiración de su fundador, un tal Utkin, por Hitler y su músico favorito, aunque quizás fuese fruto de su fascinación ante la escena de la oscarizada Apocalypse Now en la que los helicópteros de EE. UU. arrasan un poblado vietnamita al son de la Cabalgata de las Valkirias. Nadie sabe cuál será el próximo acto de Wagner, pero, puestos a especular, cabe recordar que la película acaba con la ejecución del sublevado coronel Kurtz –Marlon Brando–, por orden de su presidente.