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Cartas al director

Una piedra de molino escolar

Empieza un nuevo tiempo de esperanza, de sonrisas limpias y de sollozos caducos, aunque los agoreros de siempre sólo nos hablen del dinero que cada familia va a desembolsar en el inicio del curso escolar de sus hijos.

Llegó por fin el mes de septiembre, el mes esperado por muchos padres que ya no saben qué hacer con sus hijos tras dos meses de vacaciones escolares. Llega la incertidumbre, el temor a lo desconocido, para aquellos que empiezan una nueva etapa educativa o que han cambiado de colegio, y se renueva la responsabilidad de unos docentes, también ilusionados, que han de lidiar con el afán de intromisión ideológica de este Gobierno en funciones.

Menos mal que el sentido común impera en la mayoría de los maestros de nuestro país y que, por ello, son sabedores de que lo que debe prevalecer es la verdad de las cosas y no unas opiniones infectadas por un sentimentalismo enfermizo. Y la verdad es que todo niño, a tenor de lo que dicta la ley natural, tiene derecho a ser criado por una madre y por un padre que se quieran, y que lo quieran, sin condiciones. Y ese cariño, junto a la voluntad de asumir los compromisos adquiridos, será el motor educativo que propicie para cada niño un proyecto personal de vida donde no falte el afecto, el trabajo, la cultura y la amistad.

Pretender y afirmar que los niños tienen derecho a ser queridos y a tener relaciones sexuales con personas de cualquier edad, con el estúpido añadido de «consentidas», demuestra una total ignorancia sobre la psicología infantil y las verdaderas necesidades intelectivas, afectivas, corporales, volitivas y espirituales de los niños. Más aún, esa pretensión de deformar la conciencia de los niños y de robarles su inocencia es una auténtica perversión de alcance diabólico. Un auténtico escándalo que clama al cielo y que debería condenar a sus ideólogos a que les colgaran una piedra de molino al cuello para ser arrojados al mar, antes de hacer tropezar a uno de esos pequeños que inundan de alegría y de ilusión las aulas de nuestros colegios.

Jesús Asensi Vendrell

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